El espíritu de la estética en la fotografía moderna latinoamericana se concentra en un nombre: Manuel Álvarez Bravo, el fotógrafo del placer que encontró en la luz su compañera creativa.
Nacido el 4 de febrero de 1902 en la Ciudad de México, Álvarez Bravo inició en la fotografía a temprana edad de manera autodidacta, influido por el interés de su padre y su abuelo hacia este arte y la pintura. Posteriormente abordó el pictorialismo durante su formación en la Academia de San Carlos.
Con el descubrimiento del cubismo y las posibilidades de la abstracción, exploró las estéticas modernas, y hacia 1930 incursionó en la fotografía documental al ocupar el lugar de Tina Modotti en la revista Mexican Folkways, luego de que ella fuera deportada.
En ese entonces trabajó junto a Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros, hasta convertirse paulatinamente en una figura emblemática del renacimiento mexicano.
La biografía del artista destaca: “Fue aquel un periodo cuya riqueza se debe a la feliz, aunque no siempre serena, coexistencia de un afán de modernización y de la búsqueda de una identidad con raíces propias; en que la arqueología, la historia y la etnología desempeñaron un papel relevante, de modo paralelo a las artes. Álvarez Bravo encarna ambas tendencias en el terreno de las artes plásticas”.
Parte de su experimentación estética floreció de 1943 a 1959 dentro de la industria cinematográfica, en donde compartió su expertiz en la fotografía fija.
Durante su vida presentó poco más de 150 exposiciones individuales y participó en más de 200 exposiciones colectivas. De acuerdo a los críticos, la obra del Poeta de la lente “expresa la esencia de México”.
No obstante, la mirada humanista que reflejan sus imágenes, así como las referencias estéticas, literarias y musicales que contienen, “le confieren una dimensión universal”. Álvarez Bravo falleció el 19 de octubre de 2002 a la edad de cien años.