"Escribir es un negocio espantoso y tedioso, la peor de todas las torturas para mí, porque estoy convencido de que no soy un escritor sino un trabajador gráfico, un pintor que cuelga cuadros en fila, que colecciona imágenes, y mi problema es siempre encontrar uno para el principio y otro para un final, y luego algo que vaya en medio para que se parezca un libro", dijo Ludwig Bemelmans, nacido de un padre de Bélgica y una madre de Alemania en Merano, Italia el 27 de abril de 1898, en los últimos años del imperio austrohúngaro, y quien es mundialmente famoso por su ópera prima de la literatura infantil: Madeline.
Así es cómo explicaba su oficio el personaje que llevó su trabajo a las portadas de algunas de las publicaciones más importantes de Nueva York y Europa.
Pero para entender a quién verdaderamente estaba detrás de la pluma, habremos de remontarnos a la confilictiva infancia y formación de Bemelmans, quien vivió una pronta mudanza al norte de Austria donde se formó bajo la dura mano escolar del estilo Alemán de la época, y la turbulenta separación de su padre, quien escapó a Estados Unidos.
Estas experiencias que le complicarían los años como estudiante y luego como joven trabajador, de acuerdo al historiador, John Bemelmans Marciano, lo llevarían también a trasladarse a Estados Unidos con su padre, donde trabajó en hoteles y restaurantes hasta 1917, cuando se unió al ejército en plena Primera Guerra Mundial, porque le significaría poder regresar a Europa para ver a su madre y hermanos; sin embargo, le fue negado el traslado dados sus orígenes alemanes, pero se convirtió en oficial y luego fue ascendido a segundo teniente. En 1918, para el final de la guerra, se convirtió en ciudadano estadounidense.
Para saber más de esta experiencia, Bemelmans escribe ampliamente sobre sus experiencias en el ejército en el libro Mi guerra con los Estados Unidos.
Sus primeros años tras el fin de la guerra y su estancia como ciudadano de Nueva York tampoco fueron fáciles. Continuó dibujando e intetando vender sus obras mientras seguía formando parte del staff de algunos de los hoteles más importantes de la zona, pero tras varios despidos de lugares como el Ritz-Carlton, Astor y McAlpin en 1926, cuando se pone en contacto con un conjunto cosmopolita sofisticado que le fue dando inspiración para comenzar a aventurarse en las ilustraciones, finalmente toma la decisión de dedicarse al cien por ciento a su obra y al intento de colocarla.
Sketch for 'Madeline in London' (The Queen's Guard). Fuente: Sotheby´s Gallery.
Bemelmans así encontró su ritmo. Tomó una clase de dibujo natural, perfeccionó su línea, y ganó su primera asignación de tira cómica en 1926. Las emocionantes aventuras del conde Bric a Brac fueron publicadas en el ahora desaparecido periódico New York World. Las comisiones de la revista satírica Judge Magazine y de marcas como Jell-O siguieron rápidamente.
Lentamente, pero con paso firme, Ludwig Bemelmans también fue logrando su entrada a publicaciones como The New Yorker y Town & Country.
Durante el éxito Bemelmans nunca se pudo separar de la tragedia y los momentos difíciles, ya que en estos años también se divorció de su primera esposa y vivió la muerte de su hermano, no obstante, a principios de la década de 1930, Bemelmans conoció a May Massee, la editora de libros para niños de Viking Press, quien se fue convirtiendo en su editora, y quien lo tendría publicando sus primeras obras completas en 1934. Con ese paso, Ludwig Bemelmans, tras una separación con Viking Press, publica el primer libro de Madeline en 1939 con Simon & Schuster, que fue un éxito instantáneo. Este trabajo, considerado uno de los textos más importantes de la lectura infantil, le otorgó la prestigiosa medalla Caldecott por el libro ilustrado para niños estadounidense más distinguido del año en 1940. A partir de 1953, Bemelmans convirtió a Madeline en una serie y publicó el primero de cinco secuelas.
Madeline and Pepito, 1958. Fuente: Sotheby´s Gallery.
El lugar del muchacho nacido en Merano, Italia se estaba graduando como uno de los ilustradores más importantes de su época.
De acuerdo a su autobiográfico Mi vida en el arte, el ilustrador dijo: “Me gusta escribir para niños porque sufro una especie de desarrollo detenido. Realmente tengo unos seis años, y todo me sorprende constantemente."
Madeline and the bad hat. 1957. Fuente: Sotheby´s Gallery.
El proceso de Ludwig Bemelmans
Durante todos esos años iniciales y hasta 1953, Bemelmans trabajó con pluma, tinta, acuarela y gouache, evitando la pintura al óleo porque no le permitía producir con rapidez.
La máquina de escribir pudo haber sido enemiga del ilustrador gráfico, pero de acuerdo a su bibliógrafo Murray Pomerance, "sus manuscritos se reproducían a la misma veolicdad de sus ilustraciones", ya que produjo cientos de artículos de revistas ilustradas, antologías, novelas, historias infantiles, y anuncios de todo. Bemelmans también era un experto en marketing, ya que publicitaba solo un capítulo de sus libros en una revista, y luego, tras el lanzamiento del libro completo, vendía la obra de arte en las Galerías Kennedy o Ferargil.
Bemelmans promediaba alrededor de dos libros al año, pero también produjo una asombrosa cantidad de diseño de interiores.
Pintó murales para Hapsburg House, un restaurante en la calle 55 de Nueva York. Decoró el bar de Jascha Heifitz y diseñó decorados y vestuario para una obra de Broadway. Aristóteles Onassis le pidió a Bemelmans que creara murales para la sala de juegos de su yate. En París, Bemelmans también pintó escenas en las paredes de su albergue, La Colombe.
Y es así como el arte de Ludwig Bemelmans está en todas partes.