La soledad es fuente de inspiración para los artistas. Muchas personas suelen temerle, pero para las mentes creativas esta es su eterna compañera y mejor aliada.
Lo anterior es visible en el trabajo de la artista y escultora francesa nacionalizada estadounidense, Louise Bourgeois, y del cineasta nacido en Nápoles, Paolo Sorrentino, que a través de su arte han demostrado que la soledad es un elemento tan vital de la vida diaria como necesitar comer y querer dormir, y que casualmente comparten el 31 de mayo, ella como fecha de partida en 2010, y él como la de su llegada, en 1970.
En el caso de Bourgeois sus ideas y esculturas se codearon con las mentes más feroces y los espíritus más brillantes del siglo pasado, así que capturan y exploran la esencia de una soledad fértil y productiva, una que permite una vida interior en la que se encuentra la materia prima de todas las formas de arte.
Sus esculturas se convirtieron en monumento a no ocultar las oscuridades de la vida, y por eso su trabajo hay que venderlo con una advertencia, porque como se explicó en una de sus curaciones expuestas en el MoMA, se trata de uno reaizado por un pájaro de ala quebrada, alguien volcánico y depresivo con pulsiones suicidas (lo intentó dos veces, la primera cuando murió su madre en 1932, la segunda cuando su padre la quiso casar con un amigo suyo).
A través de los escritos que dejó a lado de sus imponentes proyectos rescatados en el libro Louise Bourgeois Destrucción del padre / Reconstrucción del padre: Escritos y entrevistas, 1923- 1997, la artista aseguraba:
Todos los días tienes que abandonar tu pasado o aceptarlo y luego, si no puedes aceptarlo, te conviertes en escultor. Tenemos que creer y entender que la soledad, el descanso de las responsabilidades y la tranquilidad te harán más bien que el ambiente del estudio y las conversaciones que, en general, son una pérdida de tiempo.
Por el otro lado está Paolo Sorrentino, poseedor de una filmografía tan breve como explosiva por su nostalgia y brillo autorial, repleta de ansias retóricas y ampulosas que hierven en la sangre de personajes dominados por el exceso, la tragedia, las contradicciones, la vejez, y por supuesto, la soledad.
A través de los años y el éxito que comenzó con L'uomo in più en 2001, el director italiano ha demostrado ser alguien que no necesita mucha compañía, capaz de encontrar su expresión en el cine y en la soledad, una que lo ha acompañado desde que sus padres fallecieron en un accidente doméstico cuando apenas tenía 17 años.
Es así, con estas experiencias profundas y personalidad de soledad y añoranza, que Sorrentino ha sido uno del los pocos cinestas italianos que han hecho eco internacionamiente, a diferencia del siglo anterior donde nombres como Sergio Leone, Federico Fellini y Bernardo Bertolucci dominaban el séptimo arte.
La soledad para Paolo da como resultado obras que son un regalo para todos los que se preocupan por el estado de los protagonistas, del tiempo, de su atrmósfera y de su lucha interna.
Sus planos, en su mayoría llenos de frescura y belleza que combaten los sentimientos de tristeza de sus personajes, estructuran un cine elegante, riguroso y geométrico similar a los esfuerzos de Wes Anderson y Alfonso Cuarón.
La soledad como aliada, como elemento vital
Tanto Louis Bourgeois como Paolo Sorrentino sufrieron y sobrevivieron a la soledad, a la tragedia, al abandono y a la angustia.
Ambos artistas, ella escultora y él cineasta, son unidos a través de la alteración de tres elementos: la verdadera belleza y el valor de la misma, la ilusión de la misma, y la tristeza que divide a ambas.
Ese sentiminto es la columna vertebral de muchas películas sorrentinas, y el eco detrás de las arañas y los choques gigantes de las esculturas de Louis que han sido organizadas como quien programa el tratamiento de un enfermo.
Quedan sus varios trabajos como testimonio de un exilio que será eterno y siempre atractivo disfutar en una galería o frente al televisor.