Elliot Erwitt, fotógrafo cuyas imágenes cuentan con una gran profundidad poética, cumple este lunes 94 años.
Entre sus obras, llenas de complejidad y grandeza, se encuentran varias de las imágenes más emblemáticas del siglo XX.
Para el emigrante e hijo único que continuamente experimentó el desarraigo, la fotografía sirvió inicialmente como un medio para explorar un mundo caótico e incierto.
Erwitt, hijo de emigrantes rusos, conoció el mundo gracias a las desavenencias matrimoniales de sus padres pues en repetidas ocasiones cambiaron de domicilio. París, Roma, Nueva York y Los Ángeles fueron las ciudades en las que creció y alimentó su imaginario.
Su primera cámara la compró siendo un estudiante en la Hollywood High School. No pasó mucho tiempo después para que acudiera a tomar su primer curso de fotografía, el cual fue impartido en Los Ángeles City College.
Fue en la biblioteca de dicha institución donde conoció la obra de Henri Cartier Bresson y André Kertész. Nada volvió a ser igual desde ese momento para Elio Romano Ervitz, el verdadero nombre de Elliot Erwitt.
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A partir de esa acción descubrió el que sería su camino e hizo todo lo que estuvo en sus manos para dominar dicho arte, así que pronto se mudó a Nueva York para aprender de los mejores.
Instalado en dicha ciudad recibió clases de cine en el New York School for Social Research a cambio de su trabajo como fotógrafo publicitario. No sabía si quería dedicarse a esta industria así que sumergió en ella para conocerla aunque su gran pasión siempre permaneció en la fotografía.
Precisamente en esta época fue cuando comenzó a realizar colaboraciones con el mundo editorial, pero pronto su vida siempre en movimiento le llevó a plantearse la posibilidad de dedicarse al fotoperiodismo.
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Pronto Edward Steichen, Robert Capa y el editor gráfico John G. Morris se convirtieron en sus grandes mentores, así que no dudaron ni un minuto en asignarle grandes retos pues contaba con una gran capacidad de observar al mundo con humildad como emoción.
La obra de Erwitt estuvo siempre ligada con los grandes dramas políticos de aquella época: la Guerra Fría, la injusticia racial y el asesinato de John F. Kennedy.
Pero el mundo del fotoperiodismo no fue suficiente para Elliot Erwitt, así que en 1953 comenzó su relación con la agencia Magnum y sus imágenes comenzaron a ser habituales en grandes revistas como Life, Look, Holiday y París Match, entre otras.
De todo su acervo definitivamente su obra personal es la que mejor muestra su búsqueda por la revelación alegórica, lo irónico y que nada, pero absolutamente nada en esta vida debe ser tomado demasiado en serio.
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