Pintor y escultor, Antonio López García es uno de los principales artistas hiperrealistas de España, dueño de un hiperrealismo ortodoxo y una precisión casi fotográfica, pero sin llegar a la frialdad fotorealista
Nacido en Tomelloso, Ciudad Real, el 6 de enero de 1936, en el seno de una familia acomodada que vivía del cultivo de sus tierras, el arte siempre estuvo ligado a su vida.
Unos meses después de su nacimiento, inicia la guerra civil española. La guerra concluiría tres años después, el 1 de abril de 1939, dando paso a una larga dictadura militar de treinta y siete años encabezada por Francisco Franco. No obstante, Antonio recuerda su infancia en el pueblo como una etapa feliz y tranquila.
Allí inicia su formación artística con su tío, el pintor Antonio López Torres, quien, al observar su facilidad para el dibujo, le orienta en sus primeros dibujos y pinturas del natural.
Durante la posguerra se fue a Madrid para preparar su ingreso en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, y junto a otros, creó la llamada Escuela Madrileña.
A partir de este momento conoce a quienes en adelante serían sus amigos y principales compañeros de generación: los hermanos y escultores Julio y Francisco López Hernández, los pintores Joaquín Ramo, Enrique Gran, Lucio Muñoz, y el pintor y literato Francisco Nieva, María Moreno, Isabel Quintanilla y Amalia Avia, entre otros.
Al terminar sus estudios regresa a Tomelloso y prepara allí su primera exposición individual, que tuvo lugar en el Ateneo de Madrid en diciembre de 1957. Un año más tarde gana el concurso de Bellas Artes de la Fundación Rodríguez Acosta, en la sección de “Naturaleza Muerta”, por el que recibe una beca con la que viaja a Grecia, y así inicia su recorrido artístico.
De este modo, empiezan a verse en sus obras un interés por la solidez plástica y por las composiciones precisas que acabarán por tener un objetivo: la fidelidad en la representación.
A partir de ahí pinta temas cercanos, y su lienzo se llena de la vida cotidiana, que se hace la protagonista de su obra artística desde entonces, tratada con un exquisito detallismo fotográfico.
El encanto, entre tanto de Antonio, está en que, contrario que la mayoría de hiperrealistas, no utiliza fotografías, lo que le da a su pintura una cierta exquisitez y precisión que solo son capaces de lograr las cámaras.
Su proceso creativo es lento y exasperante, ya que para buscar la esencia de lo representado tarda a veces varios años, a veces no acaba nunca.
De acuerdo a él mismo: "Una obra nunca se acaba, sino que se llega al límite de las propias posibilidades."
Con un hiperrealismo ortodoxo, y una precisión casi fotográfica, pero sin llegar a la frialdad fotorealista, se realza como un artista minucioso y comprometido con la exactitud llevada a cabo con una herramienta: el virtuosismo técnico.
Así es como supera la visión del objetivo fotográfico, y se vuelve un pincel fascinante.