En 1975, tras el nacimiento de su primer hijo, la artista Senga Nengudi empezó a crear una serie de esculturas con pantimedias motivada por los cambios físicos y psicológicos que experimentó durante el embarazo.
Tenía poco más de 30 años, era madre primeriza y estaba fascinada por cómo su propio cuerpo había crecido y se había transformado.
A través de sus obras quería emular la elasticidad del cuerpo humano, el cómo podía expandirse y contraerse como su nuevo material sinuoso, que cortó, rasgó y ató.
Luego, para darle la sensualidad que tiene el cuerpo, Nengudi llenó las esculturas de medias con arena. De lejos estas parecían amebas y de cerca se hinchaban y lucían como la piel humana.
Performance Piece, 1977. Senga Nengudi. Performer Maren Hassinger. Fuente: Denver Art Museum

La forma en que esta artista afroamericana logró manipular un accesorio que era fácil de adquirir en cualquier tienda en una invocación visceral de la forma humana, fue nada menos que sorprendente por lo que el mundo del arte quedó, literalmente, pasmado con su propuesta.
Desde aquel momento estas obras fueron conocidas como RSVP gracias a la enigmática tarjeta que anunció su primera exposición individual de Senga Nengudi en Nueva York y que solo decía eso.
En el transcurso de los años, que ya suman casi cinco décadas, las docenas de esculturas RSVP que esta artista ha creado incluso cuentan con personalidad propia gracias a sus tan especificas características.
Incluso a veces Nengudi, quien desde pequeña baila, usó estas esculturas como escenarios y compañeros para actuaciones intrincadamente coreografiadas que respondían a sus otras obras.
Dichas obras, afortunadamente, se conservan en fotografías en blanco y negro, pues fueron todo un suceso.
RSVP. Senga Nengudi. Fuente: Senga Senga Website

En las décadas posteriores a su debut, las esculturas de Nengudi se convirtieron en grandes representantes del Black Arts Movement (BAM) y en un referente en el arte feminista por la forma en que los materiales se desgarran, tanto en un sentido literal, como real, abordando así las nociones tradicionales de la feminidad.
Durante varias décadas, Senga Nengudi tristemente permaneció en la periferia del mundo del arte: siempre creando, pero rara vez viendo su trabajo en las principales galerías y museos.
Llevó tiempo que las personas entendieran su propuesta e incluso a los expertos les resultaba complicado clasificar sus piezas. No sabían si eran esculturas debido a que empleaba materiales baratos. Era bailarina, pero en el corazón de sus actuaciones estaban estas extrañas creaciones y todo mundo se confundía bastante.
Por muchos años su trabajo resultó demasiado conceptual y demasiado personal para celebrarlo junto a los hombres, en su mayoría blancos, que definieron lo que era el arte conceptual, pero hoy en día su trabajo es reconocido como debe de ser, por lo que incluso ganó el Premio Nasher de Escultura 2023.