¿Qué pasaría si colocamos en una mesa una serie de herramientas violentas o que pueden infligir dolor, una modelo inmóvil, un público cualquiera y la promesa de que pueden hacer de la mujer lo que deseen, sin consecuencias? La escalofriante hipótesis la experimentó, literalmente en carne propia, en 1974 la artista de performance Marina Abramović.
La respuesta resultó muy sencilla, aunque profundamente lamentable: no persiste el contrato social ante la oferta de impunidad; no hubo respeto al derecho ajeno ni mucho menos: nada detiene las pulsiones más bajas y las personas dan rienda suelta a su tanatos mezclado con un erotismo sádico.
En 1974, Marina Abramović colocó 72 utensilios sobre una mesa y se puso de pie sobre ella, prometiendo permanecer inmóvil durante 6 horas y ofreciendo a la gente que pudiera utilizarla como soporte y lienzo de lo que quisieran hacer sobre ella con dichas herramientas.
Un látigo, clavos, azúcar, una vela, cadenas, flores, alcohol, un revólver, un hacha, una sierra, un plato… 72 en total. El performance se llamó Ritmo 0.
Vistazo al performance Ritmo 0, de Marina Abramović. Foto: Parker Press
“En la mesa hay 72 utensilios que pueden usarse sobre mí como se quiera. Yo soy el objeto”. Con esa exposición, Abramović realizó la que quizá sea su performance más explosiva y perturbadora.
De hecho, aún tiene cicatrices en su cuerpo de aquella experiencia que llevó a cabo en Nápoles. La maltrataron, desnudaron, humillaron, golpearon y casi la matan.
Las tres primeras horas de Ritmo 0 transcurrieron sin sobresaltos. El público actuó tímido, cordial, incluso cariñoso. Le besaron, le regalaron una rosa. Hasta que comenzaron a clavarle las espinas. Luego de tres horas, el público se tornó violento. Sus acciones, ante la inmovilidad de Abramović que fingía no sentir ni padecer ante ningún movimiento, comenzaron a ser cada vez más duras.
Un hombre le cortó el cuello y bebió la sangre que emanaba. Pusieron su cuerpo con las piernas abiertas y pusieron un cuchillo entre ellas. Cargaron un revólver, también disponible en la mesa, y pusieron su mano en él mientras apuntaba a su cuello. Comenzó la locura.
El público se dividió: parte quería protegerla y otra solo quería “divertirse”. Le desnudaron por completo, entrelazaron las espinas de un tallo de una flor en su cuello, esparcieron los pétalos por su rostro, incluso la mancharon de sangre. Mientras ella se llenaba de lágrimas.
Cuando todo, por fin, terminó, Abramović dejó de ser un objeto inmóvil y pasó a ser una persona activa. Inmediatamente, todos los que estaban en la sala huyeron.
A través de esta performance, la artista dio una auténtica lección hacia lo que la humanidad es capaz de hacer si les das ciertas herramientas y no estableces límites y ofreces impunidad.
“Lo que aprendí fue que, si dejas que el público decida, te pueden matar. Me sentí verdaderamente atacada: me cortaron la ropa, me clavaron las espinas de las rosas en el estómago, una persona me apuntó a la cabeza con la pistola y otra se la quitó”, explicó Abramović.
“Después de exactamente seis horas, según el plan, empecé a moverme, porque estaba ahí como una marioneta para ellos. Y en ese momento, todos escaparon, evitando un enfrentamiento real”.
Un ejemplo de la cobardía ante la verdad y de la maldad que una turba puede llegar a tener si tiene la ocasión. Nadie animó a ese público a humillarla, tampoco tenían motivos para hacerle daño físico o emocional.
Tan solo disponían de esos 72 objetos y, en lugar de escoger el perfume, prefirieron el hacha.
“Recuerdo que al volver al hotel y mirarme al espejo, encontré un gran mechón de pelo blanco en mi pelo”, relató Abramović.