Si hay dos nombres en el mundo del arte que no necesitan introducción alguna esos son los de Frida Kahlo y Lola Álvarez Bravo, quienes además de ser unas verdaderas instituciones en sus respectivas disciplinas fueron grandes amigas y cómplices por más de 30 años.
Esa complicidad quedó plasmada magistralmente en cada una de las fotografías que Lola le tomó a lo largo del tiempo a la mundialmente famoso pintora Frida Kahlo, pues muestran su entorno más íntimo.
Fue en la Escuela Nacional Preparatoria, alrededor de 1922, donde arrancó aquella estrecha amistad que unió a ambas mujeres por muchísimas más razones de las que nos podemos llegar a imaginar.
Desde aquel momento Lola y Frida disfrutaron del cariño, respeto y compañía de la otra sin llegar a imaginar que ambas, cada una a su propia velocidad y estilo, brillarían con tal fuerza en el mundo del arte que se convertirían en iconos.
Foto tomada por Lola Álvarez Bravo.
Frida Kahlo siempre contó con un gran magnetismo que hizo que cada paso que dio en su vida profesional y personal estuvieran en boca de todo el mundo, pero ella siempre estuvo al centro, sin titubeos ni temores.
En cambio, Lola Álvarez Bravo decidió estar mucho menos en los reflectores y eso se puede percibir desde que trabajó como asistente de Manuel Álvarez Bravo, quien aquel momento era su esposo y aprendió el quehacer de la fotografía.
Frida y Lola compartieron varios amigos, ese grupo de artistas mexicanos más influyentes del renacimiento cultural posrevolucionario conformado por Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, Rufino Tamayo, María Izquierdo y Carlos Fuentes, por mencionar algunos.
Ambas trayectorias artísticas son bien conocidas, pero a lo que se le ha prestado menos atención es a la complicidad que existía entre ellas y el cómo ambas se apoyaron mutuamente en sus carreras.
Foto tomada por Lola Álvarez Bravo.
Lola trabajó con Frida y para Frida, pues fue la primera persona en mostrar su obra pictórica. En ese momento aún no destacaba, pero ella sabía que era especial.
Y Lola tomó a Frida algunas de sus fotos más famosas y profundamente personales, las cuales fueron capturadas en La Casa Azul.
Uno de los eventos más importantes para ambas fue cuando Lola Álvarez Bravo le propuso a Frida organizar su primera y única exposición individual en México en vida, pues sabía lo que esto significaría para su gran amiga ya que su salud se deterioraba rápidamente y solo buscaba reconocer su lugar en la historia y retribuir un poco de lo mucho que hasta aquel momento le había dado a México.
Lola, quien dirigió su propia galería entre 1951 y 1958, se encargó de todo y reunió más de 100 obras de Frida justo un año antes de que esta muriera. A pesar de los muchos problemas de salud que le aquejaban en aquel momento, Frida asistió a la inauguración postrada en su cama con dosel.
Solo las muerte las pudo separar en el plano físico, pero ese vínculo, el que solo dos grandes amigas pueden tener, quedó atesorado en las obras que cada una realizó e eso hizo que su amistad trascendiera de una forma que solo ellas podían hacerlo.
Cuando Frida hablaba, cuando ella caminaba, cuando ella pintaba, cuando ella se expresaba, ya inspiraba algo. Para mí, era como pájaros y flores y colchas de punto; un estilo mexicano que concentraba una época y se vertía a través de ella. Frida era eso.