Cuando se piensa en Pablo Picasso frecuentemente la referencia que viene a la mente es el cubismo, pero esto no debería de ser así pues resulta reduccionista pensar en él como un artista que solo se encasilló en dicha corriente.
La producción del artista malagueño, nacido un 25 de octubre de 1881, fue dinámica, volátil, radical y tremendamente cambiante, lo que lo convirtió en un verdadero ícono.
Al salir de la Real Academia de Bellas Artes de Madrid, en 1899, la influencia académica era evidente en sus primeras obras. Sus trazos eran suaves y rítmicos, nada que ver con el estilo que años más adelante lo consagrarían.
Pero fue un acontecimiento de dicha época el que lo marcaría por siempre y haría que se pusiera en contacto con sus sentimientos como nunca antes lo había estado y diera cabida a la experimentación.
Cuando Carlos Casagemas, su compañero de taller e hijo del cónsul norteamericano en Barcelona, muere, un cambio significativo aparece en su paleta de colores.
Resulta que su íntimo amigo se suicidó un 17 de febrero de 1901 a causa de un desamor y esto lo cimbró a tal grado que decidió huir a Barcelona para entender mejor la fatalidad del acto de su amigo.
En aquel momento Picasso tenía 19 años y poco a poco empezaba a ser reconocido gracias a su prolífica producción. En 1900 ya había expuesto en el cabaret Els Quatre Gats.
Su tristeza y la ausencia de Casagemas lo llevan a pintar en esa época hasta tres lienzos al día, lo que llama la atención de Ambroise Vollard, célebre galerista de l'avant guarde parisina.
En menos de lo que canta un gallo este decidió llevar a cabo una exposición en la Rue Laffitte en junio de 1901 que resultó ser un rotundo éxito y en donde los cuadros se vendieron bastante bien.
La importancia de este evento radica en que el público parisino descubrió a un Picasso con capacidad de reinventarse como pocos lo saben hacer.
En ese periodo Picasso se sumergió en una vía inminentemente personal caracterizada por la invasión del color azul, de rostros lívidos, rodeados de auras negras en fondos abstractos. Sus temas eran la miseria, la soledad y la desesperanza.
Afortunadamente Pablo Picasso no se quedó atrapado en el azul. Su estado de ánimo, así como los colores que utilizó para pintar, cambiaron lentamente para abrir paso al periodo rosa, alrededor de 1904.
Pasó de los personajes lúgubres a arlequines y saltimbanquis para exaltar la serenidad de la vida. En dicho periodo de transición sentimental, en el que el color y la luz regresaron a su vida, Picasso se rodeó de jóvenes artistas para ver el mundo desde otra perspectiva.
Las ganas de vivir y de pintar y pintar regresaron al reconocido artista español para dar pie a una nueva etapa, la rosa, en la que aparece Madeleine, una joven de mirada misteriosa que se convirtió en su amante y le hizo entrar de lleno al lado rosa de la vida, pero esa es otra historia.