Tal vez el nombre de María Kalogeropoulos no te suene, pero esa chica, que era miope, tímida y desarreglada, logró convertirse en la famosa María Callas, la cantante más célebre del siglo XX y la expresión más completa de la diva.
Todo empezó cuando el joven matrimonio Kalogeropoulos de Grecia emprendió un viaje a Nueva York en 1929. Evangelina y Jorge, que era farmacéutico, decidieron probar fortuna en esa ciudad, en donde pronto cambiaron de nombre a Callas, más fácil de pronunciar. La pareja no tenía intención de cortar puentes con su Grecia natal, simplemente, buscaba algo mejor. Una gran diferencia de edad los separaba y no se llevaban bien. "Mi marido era una mariposa que revoloteaba de flor en flor", diría Evangelina. Tenían una pequeña hija, Cynthia, a quien llamaban Jackie, y un varoncito, Vassilios, que murió de tuberculosis. La terrible desgracia los distanció más. Además, la decisión de emigrar a América fue tomada sólo por Jorge, quien un día antes de la partida enteró a su mujer de su determinación. Ella lo siguió llena de rencor y amargura
La pareja se instaló en su nuevo domicilio en Long Island, en donde Evangelina trató de recrear un ambiente griego. El 4 de diciembre de 1923, nació María Cecilia Callas, pero la madre esperaba un varón para remplazar al pequeño Vassilios y durante cuatro días se rehusó a ver a su nuevo bebé. Cuatro días después aceptó a su pequeña y decidió ocuparse de ella.
La pareja y las dos hijas hacían todo para adaptarse a la vida estadounidense. Poco a poco la familia parecía desarrollarse más o menos bien. El padre había logrado tener su propia farmacia y pudieron cambiarse al barrio griego de Manhattan. Evangelina no tenía más ocupación que dedicarse a sus dos hijas y pelearse con su marido.
Cuadro de María Callas hecho por Henry Koerner en 1956. Foto: National Portrait Gallery
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Debido a lo anterior María no guardaría un buen recuerdo de su infancia norteamericana. A los 4 años era una bebé regordeta que escuchaba apasionadamente la pianola familiar. Mientras Evangelina se atareaba en la cocina, ella gateaba sobre la alfombra hasta los pedales del piano mecánico y trataba de accionarlos con sus manos, ya que no podía alcanzarlos con los pies. Le encantaba escuchar los discos de ópera que había en casa. Y las dos pequeñas, según afirmaba la madre, cantaban al unísono con Rosa Ponselle, la cantante más famosa del Metropolitan Opera House.
Evangelina decidió que sus dos hijas serían no sólo artistas, sino estrellas. Estaba dispuesta a hacer cualquier sacrificio con tal de lograrlo. Con sus ahorros, pagó las clases de música. Su marido se oponía a esos gastos, ya que la situación económica del país lo había obligado a dejar su farmacia y convertirse en representante de productos farmacéuticos. Tuvieron que cambiarse a un departamento más modesto. Desde los 8 años, María se vio envuelta en el engranaje de concursos radiofónicos en que su madre la inscribía, convencida de que era la única manera de lograr el triunfo.
Desde los 10 años, se enfrentó a agentes, empresarios, presiones y especulaciones. María en aquel momento era completamente miope. Tenía que llevar anteojos muy gruesos. "La belleza física no cuenta", le decía su madre. María Callas siempre evocaría su infancia con amargura y rencor.
Las relaciones entre Jorge y Evangelina empeoraban con el tiempo. Jorge no ganaba mucho y todo en Estados Unidos era carísimo. Además, sería una tarea desmesurada hacer que dos niñas triunfaran en Nueva York. Evangelina tenía demasiado los pies sobre la tierra para no darse cuenta de ello. Decidieron separarse, y Evangelina regresó a Grecia con sus hijas.
Entre 1937 y 1938, todo cambiaría para las Callas. Sólo habían conocido las calles de Nueva York, la escuela pública y los mugrientos cines del Bronx y Brooklyn, por lo que el país donde florecía el naranjo, les pareció como la tierra prometida.
Las tres mujeres se instalaron en una gran casa con sus parientes. Ahí todo el mundo cantaba, tocaba algún instrumento y era apasionado de la música. Para aquel momento María se había convertido en casi una adolescente. Tenía granos en la cara y varios kilos encima, pero el don que la madre había adivinado y visto más allá de las apariencias empezó a revelarse.
Evangelina sabía que tenía un tesoro entre sus manos. Consultó al célebre bajo griego Nicola Moscona, quien después de escucharla, insistió en que fuera presentada a María Trivella, soprano y profesora del conservatorio nacional. Fue con ella que María descubrió su voz. De inmediato esta profesora se dio cuenta de las posibilidades de su alumna, cuyo registro era todavía mal definido, pero extraordinariamente abierto. Cantaba con la misma comodidad Carmen de Bizet, Lucia de Lamermoor de Donizetti y la Santuzza de la Caballería rusticana de Mascagni. Fue con este último papel que María daría sus primeros pasos en escena, en 1938.
A los 17 años, María ya era reconocida y gozaba de cierta fama. Todo esto se le subió a la cabeza y los viejos rencores acumulados contra su madre y su hermana, mucho más bonita y la consentida de su mamá, le vinieron a la mente. La relación con su familia empeoró. En tres años, María se había convertido en una cantante y se había revelado como un milagro vocal. Después de varios años bajo la tutela de Elvira de Hidalgo en Atenas, ésta le advirtió que se podía aprender a cantar en Grecia, pero para convertirse en una auténtica gran cantante, mundialmente reconocida, era a Italia a donde había que ir. Pero María pensaba en la Metropolitan Opera.
Pasó dos años en Estados Unidos, donde no logró imponerse, sufriendo, vejaciones y humillaciones. No fue hasta que se presentó en Italia donde conoció a Giovanni Batista Meneghini, rico industrial y soltero empedernido, 29 años mayor que ella, que al oírla se dio cuenta que poseía una voz y un talento fuera de lo común. Le ofreció matrimonio y una seguridad casi paternal, pero sobre todo ternura y atención.
Se casaron en 1949 y, a partir de 1951, Meneghini se convertiría en su agente. él era quien decidía y firmaba sus contratos. A Callas no le quedaba más que dedicarse a cantar, y cantó durante 10 exitosos años.
Pero en 1951 tenía las piernas tan hinchadas que tuvo que interrumpir su gira a Sudamérica. La presión de salir a escena completamente ciega, ya que sin anteojos no podía ver nada, el exceso de trabajo y de kilos, minaron su salud. Sin embargo, en cuanto reposaba continuaba con sus giras.
No fue hasta 1954 cuando María decidió ponerse a dieta para adelgazar. Con 40 kilos menos, se convirtió en una de las mujeres más hermosas del mundo. Su público la adoraba y la lista de sus éxitos no cesaba de crecer. Pero su carrera alcanzó su apogeo cuando conquistó la Scala de Milán, con la representación histórica de Las vísperas sicilianas. A partir de entonces, pudo reinar como la artista incontestable del gran teatro milanés.
Entre más éxito tenía María Callas, más se distanciaban madre e hija. En esa época, Evangelina escribió un libro titulado My Daughter, Maria Callas, en donde describía a una hija desalmada e ingrata, que se negaba ayudarle económicamente. La rivalidad que existía entre ella y Renata Tebaldi, fue motivo de atención por parte de la prensa, así como los arrebatos y pleitos con directores y empresarios. Pero cuando más interesó a los periodistas su vida fue cuando surgió su relación sentimental con el magnate Aristóteles Onassis.
Cerca de los 36 años, en la cumbre de la gloria, a los 10 años de casada, María Callas se enamoró de Onassis. En 1957, se habían conocido en una fiesta organizada por Elsa Maxwell en Venecia. Desde entonces, el millonario no dejaba de halagarla y cortejarla.
Para festejar a su ilustre compatriota, Onassis rentó uno de los tres mejores hoteles de Londres, lo mandó decorar con rosas rojas e invitó a 5 mil personas. En 1959, los Meneghini fueron invitados por los Onassis -Ari estaba casado con Tina Livanos- a hacer un crucero por el Mediterráneo, junto con Winston Churchill, Greta Garbo y otras celebridades. María aceptó de inmediato. Los 17 días que duró el viaje serían suficientes para acabar con el matrimonio de los Meneghini.
Sus más cercanos aseguran que María Callas se enamoró de Onassis por haber sido el primer hombre que la había tratado como una mujer y no como una máquina de hacer dinero. Se trataba del primer hombre que la había hecho sentir.
Ya para esa época su voz empezó a traicionarla, pero ella tenía la esperanza de poder llevar una vida de felicidad y tranquilidad, al lado del hombre que amaba y con el que esperaba casarse y tener los hijos a los que había renunciado por salvaguardar su voz. Aunque cantaba menos, seguía siendo la prima donna adulada por su público. Pero andando, la relación se fue deteriorando.
En una de sus separaciones, en 1968, María se enteró por la prensa que Onassis había conquistado a la viuda más ilustre del mundo, Jacqueline Kennedy, y que se había casado con ella. El golpe fue tremendo. Se sintió traicionada, humillada y profundamente ofendida.
La unión resultó un fracaso. Arrepentido, el naviero buscó consuelo con María. Cuando Onassis murió en 1975, también María, en cierta forma, dejó de vivir.