El primer día de julio de 1925 el mundo perdió a Erik Satie, uno de los compositores de música clásica más extraños y menos reconocidos, aunque ampliamente influyente dentro de su gremio, ya que su legado incluye música reconocible al instante, obras complejas y extraños pronunciamientos filosóficos que aún inspiran a sus colegas.
Éric (más tarde Erik) Satie nació en Honfleur, Francia, en 1866, y durante su vida encontró una modesta medida de fama tanto por sus excéntricas y a menudo sorprendentes composiciones musicales, como por sus elocuentes comentarios que aparecieron en publicaciones dentro de revistas dadaístas y Vanity Fair.
Como joven estudiante de piano, nunca pudo desarrollar talento para ello, no obstante, lo compensó con iniciativa y atrevimiento.
Sus primeras obras importantes, Las tres Sarabandes de 1887, lo establecieron como un provocador y un innovador armónico capaz de componer. Sus primeros escritos fueron redactados en notación enarmónica, en esencia, para ser más difíciles de leer, lo que demostraba un indicio del retador compositor que estaba en construcción.
Pronto, muchas de sus piezas carecerían de las firmas de tiempo y las estructuras de compás estándar que guían a los intérpretes en cuanto al tiempo, la cadencia y el fraseo. Cuando el público oía el resultado del trabajo de Erik, parecía que estaba jugando.
Sus pequeñas piezas, a veces contemplativas y otras rítmicas, contrastaron con la ópera de Richard Wagner, quien basaba su concepción del arte en su admiración de la tragedia griega. Este tipo de retos con los que Satie le hizo cara a sus contemporáneos lo fueron estableciendo como el joven rebelde que inspiraría a una enorme cantidad de artistas que perfilaron las vanguardias del siglo XX.
Los tema de los viajes espaciales estaba muy presente en la conciencia pública de su época, pero aunque Julio Verne ya había publicado De la terre à la lune en 1865, un año antes del nacimiento del compositor, no sabemos si Erik pensó sobre el espacio exterior, o si la ansiedad que muchos experimentaron en el umbral de ese siglo inculcó su anhelo de liberarse de la gravedad de la Tierra, pero lo cierto es que su sonido otorga esta paz que solo parece que podría encontrar un astronauta perdido y cayendo sin fin en el mar negro del universo
Su música y la ideología detrás de ella resultó ser perfecta para el cine a principios de la década de 1970, una era en la que el temor a un futuro distópico se filtraba en la cultura pop, donde éxitos como A Clockwork Orange, THX 1138, Soylent Green y The Omega Man usaron las magistrales composiciones de Satie para ilustrar su mundo, uno que envolvió y encantó a millones, mucho gracias al sentimiento del sonido único del fracés.
De factura simple, todas sus composiciones escritas para el piano denotan un lirismo sutil que ejerció una incontestable influencia sobre músicos tan diferentes como Claude Debussy, Maurice Ravel y varios ballets como Parade de 1917 y Relâche de 1924.
Estas últimas mencionadas, se empeñaron en buscar música teniendo como base el humor y lo absurdo, abriendo así las puertas a una estética grotesca e iconoclasta que iba a ser una constante en las vanguardias francesas de esos años: el terreno al teatro del Absurdo que revolucionaría el género en los años 50.
Hacia 1886, sustituyó las clases en el Conservatorio de París por los cabarets de Montmartre, no obstante, solo necesitaba de un poco de soledad para encontrar su inspiración, una que lo llevó a crear sus ópera primas Trois gymnopédies, de 1888; Trois gnossiennes, de 1890; Trois morceaux en forme de poire, de 1903; Pièces froides, de 1907, y En habit de cheval, de 1911.
Ya sea en las parodias miniaturas de piano tipo collage que escribió durante la Primera Guerra Mundial, su creación de un formato de teatro que ha perdurado con los años, o en su colaboración con Jean Cocteau, Pablo Picasso y Serguéi Diáguilev, hay una vivacidad de imaginación y un hambre por la inovación que convirtió a Erik Satie en el portador de la antorcha de la vanguardia en su obra.
Influenciaría tan fuerte a tantos que años después algunos de sus amigos más cercanos se convirtieron en artistas radicales, por ejemplo Man Ray, el escultor Constantin Brâncuși, y Marcel Duchamp, o un grupo mucho más joven de compositores afincados en París como Les Six.
Satie, un conocido bebedor de absenta, y aparentemente de cualquier otro alcohol disponible, murió de cirrosis a la edad de 59 años en Arcueil, Francia, pero sus composiciones, especialmente aquellas obras en solitario para piano que suenan engañosamente simples, encuentran vida en la actualidad a través de recitales, conciertos y bandas sonoras de grandiosas películas.