En diciembre de 1930, Sergei Eisenstein, el afamado cineasta soviético, arribó a México.
Lo hizo a lado de su fotógrafo Eduard Tissé y su asistente Grigori Alexandrov. Un año antes, el trío había estado viajando por Europa, especialmente por París, Berlín, Londres y Hamburgo, donde dieron conferencias y estudiaron las técnicas del sonido.
No obstante, no fue hasta que llegó a tierras mexicanas que sintió que su imaginación brotó y sintió la necesidad de explorar nuevas formas de llevar a cabo su función.
A pesar de que su visita fue turbulenta, logró sintetizar una serie de ideas y de experiencias estéticas de la cultura mexicana y las tradujo al lenguaje cinematográfico, creando un modelo paradigmático de la mexicanidad, inspirando incluso la creación de modelos, como Emilio Fernández.
Nada más llegar al país fueron encarcelados tanto él como sus dos ayudantes de dirección, todos rusos, pero gracias a la intervención de un amigo español el panorama cambió hasta el punto de que lo convirtieron en huésped de honor. Con eso, tuvo permiso de rodar 60 kilómetros de película, pero la producción se paró debido a que Upton Sinclair, el novelista estadounidense, dejó de patrocinar el filme. Le dijo a Eisenstein que volviera a Moscú, a donde le enviaría la película ya rodada, cosa que nunca ocurrió.
Instalado aquí, no abandonó su idea producir ¡Que Viva México!, una producción que no vería finalizarse, pero que fusionaba la sensibilidad soviética y la mexicana para componer una película que explica la mentalidad agraria y el proyecto social que vivían ambas países.
Eisenstein estuvo un total de 14 meses en México, y viajó a varias ciudades, incluyendo Oaxaca y Guanajuato, pero “hubo fuerzas en su contra, aunque yo lo considero un problema político: Stalin lo presionaba para que volviera a Rusia y en Estados Unidos eran muy antisocialistas. Su visa en México estaba por terminarse”, según explicó Peter Greenaway, el cineasta británico.
La cinta, que es de alguna manera un patrimonio de la humanidad y reúne un sincretismo mexicano en uno de sus momentos más puros, hace una compilación donde el punto de convergencia es siempre la fiesta, tan asociada a la cultura y el misterio mexicano. No obstante, al final, la película no pudo terminarse por presiones políticas y complicaciones por conseguir fondos.
Upton Sinclair terminaría la película y estrenaría el resultado en 1933 bajo un título modificado: Thunder over México (Trueno sobre México). Sinclair acusó a la Unión Soviética del fracaso del proyecto, pero con ese material rodado se han hecho seis montajes distintos, pero ninguno por el propio Eisenstein
En tanto, Eisenstein, profundamente deprimido, regresó a su patria y continuó haciendo cine que sería censurado por cuestiones políticas.
En 1938, Eisenstein dirigió Alejandro Nevski, que cuenta las andanzas de este héroe nacional ruso que derrotó a los teutones en el Siglo XIII y por la que se le concedería el Premio Stalin. En ella vuelve a hacer gala de su maestría para el montaje.
En 1948, el cineasta sufrió una terrible hemorragia a causa de un infarto, y murió a los 50 años de edad, pero aún tras esto, el imaginario europeo permaneció en México gracias al amor que siempre mantuvo por el país en donde llegó a innovar.
Hasta la fecha, el director ruso sigue siendo considerado uno de los primeros teóricos del cine.