Cuando miramos hacia los pioneros cinematográficos del siglo XX, ninguna persona es más importante en su campo que el maquillador Jack Pierce, un legendario creador de monstruos que trabajó en los Universal Studios durante una década, entre 1930 y 1940, su período de terror clásico.
No obstante, su historia, una de notables desarrollos en la evolución de su trabajo, es una que lo mantuvo en las sombras y como una figura desconocida y fundamentalmente no acreditada.
Nació en Porto Heli, Grecia, el 5 de mayo de 1889 como Janus Piccuola. Como adolescente emigró a los Estados Unidos con su familia, aterrizando en Chicago, donde decidió que le gustaría intentar una carrera como jugador de béisbol profesional.
Después de algunos avances en las ligas amateur, Piccuola viajó a Los Ángeles para continuar su aventura y conocer entre los scouts si tenía madera para convertirse en profesional, pero se encontró con el veredicto definitivo y condenatorio de que era demasiado bajo para triunfar en dicha disciplina.
Herido por el rechazo, Piccuola se mantuvo en la costa oeste y volteó hacia la incipiente industria cinematográfica de la década de 1910. Conoció a su futura esposa Blanche Craven y cambió su nombre a Jack Pierce, una decisión que alejaría al joven de su familia natal para siempre, pero que le facilitaría el reconocimiento en la industria.
Su formación y camino hacia las brochas y pinceles comenzó aceptando varios trabajos. Primero como proyeccionista de teatro y gerente de cadenas para luego mudarse "al interior" del set, donde probó y probó suerte como doble de acción, actor, asistente de dirección, cargador de cámara y actor de pequeñas intervenciones.
Fue precisamente durante un periodo de trabajo como actor, plenamente consciente de que carecía tanto de la presencia estética como de la estatura de un ídolo de la época, que el joven immigrante de Grecia decidió que la mejor manera de garantizar un trabajo regular sería creando su propio maquillaje, asegurándose así de poder interpretar cualquier personaje que pudiera requerir una película.
Mirando a otros actores que estaban haciendo una carrera de transformación física para papeles cinematográficos, como Jack Dawn, quien eventualmente encontraría fama como el maquillador en El mago de Oz, y Lon Chaney, que conseguiría trabajo creando sus propios maquillajes únicos que transformaban todo su rostro y cuerpo, Pierce reconoció a lo que se debía dedicar.
En 1926, Fox Pictures entró en producción de la película The Monkey Talks, protagonizada por Jacques Lerner como un hombre que se hace pasar por un primate y dirigida por Raoul Walsh, quien batalló con la apariencia adecuada para el efecto de un mono.
Fue ahí, aunque Jack todavía laboraba como camarógrafo o asistente de dirección, que intervino para ayudar y demostrar una vez por todas su innigualable talento, creando un maquillaje de simio-humano ricamente detallado que llamó la atención de Carl Laemmle, el director de Universal Pictures, quien en 1928, nombró a Pierce jefe del departamento de maquillaje tras la abrupta salida de Lon Chaney.
Tras un momento turbulento en la empresa por la salida de Chaney, Jack Pierce finalmente entró en una posición de poder para remplazar y retomar los proyectos vacantes. Uno de estos fue The Man Who Laughs, una adaptación de Hollywood de la novela de Victor Hugo que cuenta la historia de Gwynplain, quien es condenado a sonreír ampliamente durante toda una vida.
El gran éxito de la producción, considerada una de las primeras películas de terror de Hollywood e inspiración para la creación del archienemigo de Batman, definió el rumbo del hombre que hacía caso omiso a su corta estatura dada la grandeza de sus creaciones.
La fortuna también se consolidó cuando Carl Laemmle nombró a su hijo, Carl Laemmle Jr. como jefe de producción al cumplir 21. Aunque muchos no veían un buen futuro para el apodado Junior, tomó quizá la decisión más benéfica y trascendente para la productora al voltear hacia la producción de versiones cinematográficas de novelas de terror clásicas, alentado por el gran éxito de El jorobado de Notre Dame, de 1923, y El fantasma de la ópera, de 1925.
Cuando Universal adquirió los derechos de Drácula (1897) de Bram Stoker y Frankenstein (1817) de Mary Shelley, las adaptaciones estaban en camino, y tras bambalinas, quien más festejaba el cambio fue Pierce, quien a partir de 1930, comenzó a crear algunos de los personajes de pantalla más distinguidos de la historia del séptimo arte.
Trabajó a lado de Bela Lugosi y Boris Karloff para inmortalizar su arte. Con Boris para la creación de Frankenstein combinó capas de maquillaje con el uso de corriente eléctrica, dado que en un momento el científico debe abrirle el cráneo a su creación, algo nunca visto en la pantalla grande, cosa que al final logró Jack.
La producción del monstruo se convirtió en una tarea hercúlea tanto para Karloff como para Pierce, pero tras su estreno en 1931, la crítica y la audiencia recibieron la película con gran aprecio, incluso creando el camino de lo que sería uno de los géneros más importantes para la productora de cine más grande del mundo.
No obstante, a pesar de que el maquillaje fue lo que más llamó la atención de la película, el nombre de Jack Pierce permaneció en las sombras. La reseña de The New Yorker abordó la apariencia del monstruo pero no colocó ningún nombre al cual aplaudir. A pesar del grandioso ciclo de películas de terror de Universal, el apellido Pierce siguió siendo una entidad silenciosa.
A lo largo de la década de 1930, Jack continuó trabajando en el floreciente imperio del terror de Universal, colaborando a menudo con su amigo Boris Karloff en programas tan notables como The Old Dark House, The Black Cat, The Night Key y Bride of Frankenstein.
Pierce se enorgullecía de no usar nunca máscaras o electrodomésticos para acentuar sus creaciones, prefiriendo en cambio aplicar el maquillaje en capas para crear el aspecto requerido. Aunque finalmente aceptó el requisito de un electrodoméstico mientras creaba el aspecto monstruoso e hirsuto de The Wolf Man, de 1941, donde coincidió con el hijo de quien alguna vez lo inspiró, Lon Chaney Jr., con quien no se llevó del todo bien.
A mediados de la década de 1940, la tecnología comenzaba a ponerse al día con Jack. Su obstinada negativa a usar máscaras molestó al estudio, que estaba ansioso por ahorrar tiempo y presupuesto en pos de mayores ganancias.
Pierce continuó forjando su propio camino creativo a pesar de las críticas, creando otro aspecto icónico para Claude Rains en una nueva versión de Phantom of the Opera, sin embargo, cuando Universal se fusionó con International Pictures en 1945, los días de Pierce estaban contados y Bud Westmore, un estudiante de un enfoque más contemporáneo de los efectos del maquillaje y un entusiasta defensor del látex de espuma y máscaras para las creaciones de criaturas, recibió su trabajo en lugar del hombre de 57 años.
Desafortunadamente para Pierce, durante su tiempo en Universal, no firmó un contrato con el estudio, por lo que no recibió más que un apretón de manos por sus 30 años de servicio.
El maquillador vio el resto de su carrera trabajando como freelance en películas de bajo presupuesto y ocasionalmente programas de televisión. Su último trabajo significativo fue en una exitosa serie de televisión sobre un caballo que habla, Mr. Ed, creada por su viejo amigo, Arthur Lubin.
Jack murió de uremia el 19 de julio de 1968. En el momento de su muerte, Pierce vivía casi en la pobreza, olvidado por la industria y el género que había ayudado a construir. Fue enterrado en Forest Lawn Memorial Park, Glendale, California, con solo un puñado de personas asistiendo a su funeral.