Sin duda, ningún otro género cinematográfico es tan provocativo e internamente exploratorio como el de terror, y a su vez, ningún otro país a logrado sacudir los cimientos de los espectadores como Japón cuando se trata de mostrar algunas de las películas más impresionantes del género.
Takahiro Tamura en Empire of Passion. Fuente: Sabukaru Online.
Si bien el terror en los Estados Unidos ha tenido éxito en desarrollar su propio estilo de narración visual, produciendo innumerables horrores imitadores de taquilla que giran alrededor de la sangre y la angustia: Saw, The Conjuring, o The Purge: todas franquicias justificables por derecho propio, la disposición generalmente se inclina hacia los sustos fáciles, haciendo que el valor de entretenimiento de la sangre y los sustos de los saltos se sature excesivamente.
Es por esto que se podría argumentar que el ámbito general del cine de terror de Japón lo ha podido eclipsar anteponiendo la calidad a la comerciabilidad y creando obras que, aunque siguen siendo populares, cuentan con una abundancia de arte y libertad creativa.
Y es que las películas de miedo japonesas tienen la capacidad de asombrar a través de lo absurdo y la narración extrema, creando mundos que combinan las nociones de lo sobrenatural con las de miedos internos, o la creciente dependencia de la humanidad de la tecnología.
Mezclando estos elementos con ansiedades existenciales de autoestima, trauma reprimido y duda cultural con respecto a la naturaleza primordial y esporádica de la humanidad, es lo que ha colocado al país nipón como el auténtico líder del género, incluso inspirando remakes que han logrado larga vida en el colectivo general, como son El Aro, Don't Look Up, Pulse, y Godzilla, entre muchas otras.
Como una nación posiblemente menos perturbada por la naturaleza de la violencia o las ansiedades monstruosas, debido en parte a su historia con consecuencias nucleares y las complicadas implicaciones sociales del suicidio y la salud mental, el cine de terror japonés tiende a promover historias de conmoción y asombro que pueden ser tan conmovedoras como completamente desconcertantes mientras explora temas universales como el aislamiento, el suicidio, la política social y el pavor existencial junto con con zombies, fantasmas y monstruos.
Quizás sea por eso que la mayoría de las adaptaciones occidentales de las películas de terror japonés no logran el mismo impacto que sus inquietantes originales.
El terror japonés: De cuentos populares a la pantalla grande
El horror japonés está profundamente arraigado en los cuentos populares de su cultura, de forma similar a los hermanos Grimm y otros cuentos de hadas son la inspiración para algunos de los horrores estadounidenses y europeos.
Estos cuentos populares comenzaron como tradición oral transmitida de generación en generación y se originaron a través del sistema de creencias sintoístas que es autóctono de Japón.
Como la mayoría de las mitologías, estas historias se utilizaron para reforzar las normas culturales y explicar lo enigmático en una era precientífica. Un ejemplo de esto son los Oni, o demonios invisibles, que están presentes en los cuentos populares, y que se dice que viven entre personas y poseen poderes mágicos para crear enfermedades y desastres naturales.
Fuente: Arrow Video
Curiosamente, no fue hasta que un folclorista irlandés llamado Lafcadio Hearn comenzó a grabar estas historias durante la última década del siglo XIX que los propios japoneses comenzaron a interesarse por ellas más allá del contexto de las fábulas infantiles o la adaptación escénica ocasional.
Con fluidez en japonés y uno de los primeros extranjeros en integrarse a la sociedad japonesa, Hearn pasó años viviendo en Japón mientras compilaba una serie de historias yokai que se publicaron en 1904 como Kwaidan: Historias y estudios de cosas extrañas.
Aparte de algunos cortometrajes de principios del siglo XX que ya no existen, el cine de terror japonés tuvo un comienzo relativamente tardío a mediados de la década de 1960 en un trabajo dirigido por Kaneto Shindo en 1964, Onibaba, que es considerada la primera película en este género.
Al año siguiente, el director Masaki Kobayashi lanzó su película de antología de terror Kwaidan, que presenta una selección de historias de la colección de Hearn a través de una serie de cuatro viñetas no relacionadas. Con esta entrega, Kobayashi, que ganó el Premio Especial del Jurado en el Festival de Cine de Cannes de 1965, se convertiría en un influyente director de terror tanto en Japón como en el extranjero.
Fuente: Journal Rikumo
Más adelante, películas como Hausu, Empire of Passion y Tetsuo: The Iron Man de Shinya Tsukamoto, entre varias otras, se convertirían en obras maestras de culto gracias a su experiencia absolutamente surrealista, convirtiéndolas algunas de esas películas que invaden los sentidos.
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