Visitar el Museo Anahuacalli, ubicado en Coyoacán, es mucho más que acercarse a Diego Rivera, pues implica (literalmente) habitar al artista.
Sorprende que el famoso muralista propusiera que el Anahuacalli -concebido como una Ciudad de las Artes- se integrara al paisaje que lo rodea, de cuya roca volcánica emerge el edificio, fabricado también con ella.
Rivera recurrió a la arquitectura precolombina para perfilar su museo, el cual trabajó desde la escultura, acorde con los principios de la integración plástica.
El encargado de materializar la idea de Diego Rivera fue el arquitecto Juan O'Gorman, quien se encargó de materializar un montón de sus fantasías y de adecuarlas a lo posible.
Murales de grandes dimensiones hechos por Diego Rivera cautivan la mirada de los visitantes. Fuente: On the Grid
Este recinto fue construido en una zona con pedregales y la idea era que pareciese un templo azteca con representaciones contemporáneas además de detalles vanguardistas, pero siempre respetando el misticismo de lo prehispánico.
Vale la pena subrayar que Diego Rivera fue el mayor coleccionista de figuras precolombinas de México y el dueño del conjunto más rico que se haya reunido nunca en manos de particulares.
A lo largo de varias décadas logró reunir miles de figuras de arte prehispánico. Su antigua amiga y mecenas, Dolores Olmedo, llegó a contar más de 59 mil piezas, una cifra sencillamente sorprendente.
Por lo tanto, Rivera siempre buscó crear un espacio funcional para exhibir dichas piezas y es cuando el Museo Anahuacalli se concretó.
La explanada de este recinto representa un patio como en la zona arqueológica de Teotihuacán, incluyendo los aros del juego de pelota. Actualmente esta zona funciona como teatro y escenario al aire libre.
Los edificios bajos que rodean al patio sirven para dar talleres o clases, además de contar con una cafetería y oficinas.
Gisele Freund retrató a Rivera cuando visitaba las obras del Anahuacalli, obra que no vio finalizada. Fuente: Anahuacalli Instagram
Vasijas, ídolos, relieves y muchas piezas más se exhiben en las imponentes salas y pisos en las que los claroscuros juegan un papel crucial.
De este lugar sorprenden los mosaicos de piedra que se encuentran en la mayoría de los techos. Serpientes, Nahui, aves, dioses y glifos son representados de una bellísima forma.
Algunas salas de la planta alta tienen fotografías y ventanas angostas desde donde se puede ver la zona del Ajusco y la Magdalena Contreras con sus montañas y bosques.
Muchos de los pasillos, además de la curaduría museográfica, también esconden obras de artistas extranjeros invitados o que en algún momento tuvieron exposiciones temporales en el Museo Anahuacalli y fueron donadas.
En el Gran Salón podrás apreciar murales de grandes dimensiones hechos por Diego Rivera, paneles con información y bocetos, pero lo que roba la atención es el ventanal que da al patio del recinto cultural.
Por último, pero no por eso menos importante, se encuentra la terraza, desde donde se puede ver la Ciudad de México en cualquier de sus puntos cardinales y apreciar la majestuosidad del lugar que ideó Diego Rivera.