De la anónima pared en la que vive en una colección privada, en algún lugar de Europa, saltó al Museo Belvedere de Viena, para ser expuesto de al público por primera vez desde 1964. Se trata de Serpientes de agua II, el cuadro mejor valuado (por encima de los $180 millones de dólares) del pintor simbolista Gustav Klimt.
La obra sobrevivió al saqueo que hicieron los nazis en la Segunda Guerra Mundial y presidirá la exposición Klimt. Inspirado por Van Gogh, Rodin, Matisse… que el Belvedere organiza por sus 300 años como museo. La muestra –que ya tuvo una primera versión en Ámsterdam, en el Van Gogh Museum, pero sin esta pieza estelar– busca reflejar las influencias de las que abrevó Klimt, otrora considerado un artista solitario y autodidacta.
Ahora, desde enero el cuadro –que pertenece a un coleccionista privado y anónimo– fue llevado al Belvedere. El acuerdo fue que el museo y su equipo de expertos en el cuidado y recuperación de obras, liderado por Stefanie Jahn, realizarían una restauración (que resultó mínima) a la pieza, a cambio de que el propietario cubriera la prima del seguro para el traslado y exposición de la pintura, que excede el límite que el Estado de Viena podría pagar.
La historia
Serpientes de agua II fue pintada para la mecenas de Klimt: Jenny Steiner, una empresaria textil de origen hebreo, a quien el régimen Nazi se la robó, como a cientos de personas y museos en la Europa de mediados de siglo pasado. En 1940, el Reich decidió dársela como regalo a un hijo ilegítimo del pintor: el cineasta alemán (pro nazi) Gustav Ucicky. Años más tarde, en 2013, los descendientes y herederos de Ucicky y la textilera Steiner, acordaron venderlo por $112 millones de dólares y repartirse a partes iguales la venta. Así, fue pasando de coleccionista en coleccionista y de especulador en especulador hasta llegar a su última cotización, que ronda los $200 millones de dólares.
La pieza muestra dos cuerpos de mujeres casi completos, uno de perfil boca abajo y otro de tres cuartos, desnudas. Se alcanza a ver el rostro de una más. Las tres, flotando entre el mar de flores, estrellas y peces inscritas con pinturas hechas con metales preciosos: hojas de oro y plata, principalmente. La obra, que ya cumple 116 años, ha visto caer un imperio (el austro-húngaro); dos intentos de control del mundo de parte de la alemania nazista; seprarse y reunirse el planeta, y ahora, globalizarse y segmentarse en regionalismos. Aún así, está prácticamente intacta.
Sunflower, 1907. Gustav Klimt. Foto: Galerie Belvedere

En Klimt.Inspirado por Van Gogh, Rodin, Matisse… (que estará abierta al público hasta el 29 de mayo) las obras del austriaco fundador del secesionismo están presentadas frente a frente con las que, acorde con los expertos, podrían haber sido sus influencias: los paisajes de Klimt y los de Van Gogh; los desnudos a lápiz del austriaco y los esculturales de Rodin; entre Klimt y los creadores del cartel subversivo (Toulouse-Lautrec y Bonnard).
La muestra, formada por un total de 90 piezas, ofrece también (en la última sala) La novia, la última e inacabada pintura de Klimt, iniciada en 1918, antes de morir de una enfermedad respiratoria en otra pandemia: la de gripe, cien años antes de ésta.
Así, hilvanando esfuerzos y gestorías entre la burocracia cultural, la acaudalada hacienda de un coleccionista privado y los esfuerzos de historiadores, curadores y restauradores de arte (que idearon durante siete años este tête à tête entre Klimt y sus influencers de la época), lograron destruir la política para evidenciar que la política de la destrucción no se consumó.

Poppy Field, 1907. Gustav Klimt. Foto: Galerie Belvedere