El pintor valenciano Joaquín Sorolla plasmó como nadie más lo ha podido hacer sobre un lienzo los reflejos del mar, el brillo del sol sobre los cuerpos y esa luminosidad casi cegadora del Mediterráneo.
Este artista, nacido en Valencia en 1863, es considerado uno de los grandes maestros de la pintura española de finales del Siglo XIX y principios del XX.
No hay nada más erróneo que catalogar a Sorolla como representante del impresionismo y muchos lo hacen.
Este extraordinario artista es la antítesis del impresionismo y aunque en algún momento tuvo un acercamiento con dicho movimiento pictórico, nada tiene que ver.
Saliendo del baño. Joaquín Sorolla, 1915. Fuente: Google Arts & Culture
Recordemos que el impresionismo se caracteriza por la falta de dibujo y por la pincelada menuda, y en las creaciones de Sorolla se perciben dibujos conducentes de la composición y pinceladas más graves.
La única y más grande obsesión de este genio fue plasmar la luz y por ello a su obra se le denomina como luminista.
Entre sus principales influencias, los cuales podemos observar durante sus años de formación destacan Diego Velázquez, El Greco y José de Ribera.
Al asentarse en Asís, Italia, alrededor de 1887 es influenciado por José de Beinllure y Gil, quien practica el costumbrismo popular y de la vida romana.
Antes de definir su estilo personal, Joaquín Sorolla experimentó con diversas vertientes por lo que tuvo en sus etapas tempranas una postura más bien indecisa.
Recorrió Roma, Italia y París, pero no fue hasta 1890 cuando comenzó a aplicar un estilo propio. A partir de 1900 entra en su etapa crucial al gozar del reconocimiento de la crítica y realizar numerosas exposiciones en Europa y Estados Unidos.
La temática principal de Sorolla fue el costumbrismo marinero, los retratos, paisajes y escenas de playa debido a que el mar le permitió investigar sobre la luz y el color como nada más en este mundo.
Niña en la playa. Joaquín Sorolla. Fuente: Christie’s