Para algunos artistas, el dolor es motor creativo y esto se debe a que muchas veces el crear cumple con una función compensadora de las carencias individuales.
Por lo general, aunque esto no es una regla, las enfermedades y accidentes constituyen las chispas que encienden (o avivan en ciertos casos) las llamas de los talentos dormidos debido a que los sujetos se ven ante la imposibilidad absoluta de seguir teniendo la misma vida.
Debido a esto, vale la pena analizar tres casos en específico en los que grandes artistas han canalizado el dolor para crear.
HENRI MATISSE
El pionero de la pintura moderna ejercía su profesión de abogado cuando, víctima de una apendicitis complicada, se mantuvo inactivo durante un año, a través del cual empezó a pintar para distraerse, luego de recibir su primera caja de colores como un regalo de su madre Anna.
En dicho periodo Matisse descubrió el color en la forma en que la luz se revela en la naturaleza de las montañas alpinas, obsesionándose con ella y convirtiéndola en la razón del resto de su larga existencia.
Posteriormente, una bronquitis lo hizo trasladarse a Niza y lo enfrentó a la sensible luz del sur, dando nacimiento a un nuevo impresionismo caracterizado por un colorido resplandeciente y seductor y una simplificación de la figura humana a la esencia de línea y forma, revolucionando la concepción del arte para ese entonces.
En los últimos 13 años de su vida, el pintor estuvo en cama como consecuencia de una gigantesca eventración, ocurrida luego de una intervención quirúrgica por cáncer de colon y una progresiva debilidad muscular, que le impedía mantenerse de pie más allá de unos pocos minutos.
Lo anterior lo forzó a desarrollar un nuevo método de expresión de su fabulosa creatividad artística, mediante la utilización de recortes de papel coloreado que luego eran colocados por sus asistentes en grandes telones de fondo, de acuerdo a las instrucciones que impartía con una gran varilla de bambú desde su lecho.
PIERRE AUGUSTE RENOIR
En la etapa final de la vida del pintor francés este se vio severamente afectado por un doloroso y deformante cuadro de artrosis, que le afectó cruelmente brazos y piernas, por lo que tuvo que ser operado.
Debido a esto, a partir de 1912, Renoir tuvo que cubrirse la palma de sus manos con algodón y a sostener el pincel atado entre los dedos pulgar y anular.
Aún así logró, con un increíble estoicismo, vencer el dolor, para llenar su paleta con un vibrante espíritu, con una escala de brillantes colores, con tonos más cálidos y con una exquisita dulzura, dejando para el recuerdo las imágenes de tiernas niñas y bañistas de cuerpos opulentos y carnes rosadas, cuyas figuras se funden con la naturaleza transfiguradas por la luz y el color, gracias a su empeño de crear y de inmortalizar su personal concepción de la pintura.
En 1919, el genio francés se hizo transportar al Museo del Louvre para ver sus obras colgadas en el gran museo francés y decir adiós a una de las pinturas que había admirado más en su vida Las Bodas de Caná, del Veronés, muriendo al poco tiempo de haber cumplido su deseo.
FRIDA KAHLO
Uno de los más reveladores casos de la relación entre arte y enfermedad, lo constituye la pintora mexicana Frida Kahlo, quien plasmó en sus cuadros la cruda realidad de su propio mundo de dolor, sangre y sufrimiento.
La artista revela, en su extensa producción de autorretratos, el diálogo que mantuvo consigo misma y el extraordinario realismo que empleó para expresar su propia historia, pintándose con su mirada escrutadora, desangrándose durante un aborto, acompañada de un esqueleto y de fantasmagóricas figuras, atormentada en su soledad, herida por la traición de sus seres queridos, desarraigada de su medio y sus costumbres, entre otras cosas.
Su vida estuvo marcada por el estigma de la enfermedad, que se inicia en su infancia con el padecimiento de un cuadro de poliomielitis que le deja como secuela una ligera cojera.
Luego sufrió un grave accidente automovilístico a los 18 años, cuando el autobús donde viajaba fue embestido por un trolebús, causándole numerosas fracturas en su columna, pelvis, clavícula, costillas, pierna y pie derechos, dislocación de un hombro y una grave herida por una barra de acero, que penetró por su cadera y salió por su vagina, sumiéndola en un mundo de dolor y soledad, acentuado por las 32 operaciones a la que tuvo que ser sometida, para terminar con una amputación de su pierna.