La muerte de Abbas Kiarostami el 4 de julio de 2016 fue un shock para el mundo del cine, porque más que un cineasta, era un artista, y el mundo nunca está listo para dejar ir a un artista.
Nacido el 22 de junio de 1940 en Teherán, Irán, sus películas fueron ampliamente conocidas a nivel mundial en todo el mundo y ganó reconocimiento en el circuito de festivales. Sus entregas revolucionaron la noción de cine iraní porque se centró en la autenticidad y no en la popularidad. Su éxito global permitió que su país se proyectara por su cultura y no por su política.
A pesar de que sus películas no trataban de giros en la trama ni seguían ninguna estructura formal, Kiarostami termina por capturar la esencia de la cultura de país al ofrecer a la audiencia personas reales para interpretar en sus películas a personajes que han soportado luchas, desastres y dolor, específcamente también por el uso del automóvil en casi todas sus películas, que daba a la audiencia una comprensión de la vida privada del pueblo iraní.
Y es que en los automóviles de Abbas se desarrollaron historias de matrimonio, depresión y luchas personales. Su película Ten, de 2002, por ejemplo, que tiene lugar en la ciudad de Teherán, cuenta las historias de mujeres que están lidiando con luchas personales influenciadas por el Estado, pero desde el interior de un automóvil, y de esta manera, el coche sirve de representación de un hogar donde la expresión sucede libremente.
Para el mismo director, el espacio del automóvil obliga al espectador a escuchar estas historias y comprender la profundidad de las mismas.
Sus historias simples, con uso constante de tomas de paisajes y sonidos pacíficos dan al público la libertad de convertirse en su propio cineasta. Esta simplicidad da a los espectadores la libertad de crear la complejidad tratando de encontrar su propio propósito en relación con sus películas, de esta manera su cine no sirvió para su propio crecimiento personal o la comprensión de sí mismo, sino para que los espectadores se entendieran a ellos.
Escena de Close-Up. Fuente: Pinterest
El cine de Abbas Kiarostami es, también, una rebelión contra la corriente principal de Hollywood por estos mismos detalles, ya que al nunca dar a sus espectadores un final directo a sus películas, estas gozan de una autenticidad única.
En otras palabras, el cine no se trata de darle al espectador lo que quiere, sino de permitirle pensar, reflexionar y cuestionar el propósito de la película, y por supuesto, de sí mismo.
Se echará de menos a Kiarostami y su pasión por el arte del cine que siempre reflejó. Su estilo nunca se entenderá del todo, pero esa es la belleza del cine porque el estilo pertenece al cineasta y la narrativa y las imágenes en movimiento pertenecen al espectador.
Abbas nunca volverá a hacer una película y eso está bien porque sus películas siempre serán relevantes, se libera de la verdad, permite que la unidad de la estética del cine capture la belleza de lo que no se puede explicar, cargando como tótem su máxima enseñanza para jóvenes estudiantes de cine: Si un cineasta se centra constantemente en la verdad, no permite el crecimiento personal porque no queda nada que decir al respecto. Pero si captura la simplicidad de lo desconocido, entonces hay más que decir.
Aunque, al final, vive en la pantalla para siempre, a continuación te presentamos tres películas para descubrirlo.
Close-Up, 1991
The Wind Will Carry Us, 1999
Ten, 2002
24 Frames