Durante más de seis décadas, Godzilla se ha establecido como icono de la cultura pop.
Tras su debut cinematográfico de 1954 a cargo de su co-creador y director, Ishirō Honda, junto a los escritores Tomoyuki Tanaka, Takeo Murata, y el coordindor de efectos especiales, Eiji Tsuburaya, estos japoneses arrancaron el género Kaiju (怪獣), una palabra japonesa que significa bestia extraña o bestia gigante, y que ha dado frutos econoómicos hasta este 2021 con la reciente premier de Godzilla vs Kong, la película más taquillera desde el azote de la pandemia.
Si bien Godzilla de 1954 se considera la primera película oficial japonesa de Kaiju, varias anteriores sentaron las bases para la fundación del género.
La primera propuesta, que no se vio como perteneciente al mismo, fue El Mundo Perdido, de Harry O. Hoyt, que se estrenó en 1925 durante la era del cine mudo, basada en una novela de Sir Arthur Conan Doyle que presentaba a un dinosaurio arrasando Londres. En 1933 se estrenaría King Kong para volverse formalmente en la primera película oficial de los Kaiju como son reconocidos al día de hoy.
Poco tiempo después, el mounstruo que simboliza la venganza de la naturaleza contra la humanidad, de acuerdo a su co-creador, Tomoyuki Tanaka, entraría a la escena, dándole bases al género para no irse jamás, uno que unió naciones y culturas, e impulsó la invención de algunos de los esfuerzos más curiosos en cuanto a vestuario y arqutectura dentro del cine.
Pero para entender a estos kaiju más allá de lo que nos ha tocado ver en la pantalla grande o en alguna historieta, vale la pena meterse de lleno a la mente y al alma de Ishirō Honda, el padre cineasta de Gojira, dueño de una vida fascinante que comenzó el 7 de mayo de 1911, en Asahi, un pueblo ubicado en Yamagata, en lo alto de las montañas de Tohoku, Japón, y que de acuerdo a los críticos más feroces del gremio, no ha recibido el reconocimiento que durante tantos años construyó como la mente y la conciencia del monstruo más famoso.
Ishiro Honda y Eiji Tsuburaya en el set de Godzilla. Fuente: Criterion Channel.
Ishirō Honda: La vida de un niño capaz de reinventarse, de un hombre capaz de sobrevivir
Desde muy joven, Honda, el hijo de un monje budista, quedó fascinado por el poder del cine en una asamblea escolar cuando vio su primera película, un western estadounidense silencioso, pero no fue hasta que su familia se mudó a Tokio, mientras Ishirō estudiaba la escuela primaria, que se encantó a través de cortometrajes de ninjas protagonizados por Matsunosuke Onoe y las películas importadas desde Occidente.
Bastó una proyección del clásico de F. W. Murnau, The Last Laugh, de 1924, cuando su hermano mayor le explicó que las películas las hacía un kantoku (director) que supervisaba la acción, y al fin, su destino estaba marcado.
Mientras sus hermanos recibieron tutoría religiosa a los dieciséis años, Honda estaba aprendiendo ciencia. Renegó del compromiso familiar para inscribirse en la escuela de odontología y se unió al programa de cine de la Universidad de Nihon en 1931 mientras aumentaba un clima de nacionalismo en su país tras la invasión de Manchuria por el Ejército de Kwantung ese mismo año.
Para 1934, Honda se convirtió en aprendiz de asistente de dirección, donde aprendió todos los aspectos de la producción, desde el manejo de la cámara hasta la edición, escritura, vestuario, utilería, programación, presupuestos, impresión de películas y más, pero su sueño de ascender a la silla del director fue aplazado por su convocatoria a la Segunda Guerra Mundial en 1939.
Durante su tiempo en las trincheras, soportó años difíciles, condiciones brutales, la separación de su esposa y dos hijos, un tiroteo en el que apenas escapó de la muerte, y la condición de prisionero de guerra. Sobrevivió, lo rescataron, y regresó a casa a principios de 1946.
Se reincorporó a la escena del cine y a la productora Toho, que padecía de apuros económicos y políticos después de la guerra, y se mantendría a la espera del puesto de kantoku hasta los cuarenta años, cuando debutó su primer largometraje, el drama romántico The Blue Pearl en 1951, que se centró en la brecha entre los valores influenciados por Occidente y las tradiciones rurales más antiguas.
Luego llegó su primer éxito comercial, Eagle of the Pacific, de 1953, primera parte de la fatídica saga del almirante Isoroku Yamamoto y el ataque a Pearl Harbor.
Después llegó Farewell Rabaul, en 1954. Ambas producciones contaban con secuencias de efectos trabajados por Eiji Tsuburaya, con quien luego se lanzó a dirigir la primera entrega del monstruo que reinaría a todos los monstruos.
Realizando el trabajo de miniaturas en el set. Fuente: Ishiro Honda, a Life in Film.
El valor de un monstruo
La epopeya del dinosaurio se convirtió en una aberrante encarnación de la ansiedad posterior a la Segunda Guerra Mundial y a las dos bombas nucleares en Hiroshima y Nagasaki que marcaron un antes y un después en Japón y el mundo.
Al esparcirse el humo de los escombros una ciudad diezmada que luchaba con las necesidades de la renovación urbana, Godzilla de 1954 es la ilustración de la ansiedad atómica.
La película representaba un gran riesgo profesional para todos los involucrados, ya que, si hubiera fracasado en taquilla, Honda, Tsuburaya y el productor Tomoyuki Tanaka, a quienes se les ocurrió la idea de llevarla a cabo, habrían respondido a los altos mandos del estudio que ya tenían gastados unos 275 mil dólares estadounidenses en la producción, mucho para el tiempo y la situación de los países en posguerra, que tardaron en apoyar al séptimo arte.
Pero Godzilla resultó en un gran éxito nacional, y también fue la primera película extranjera en recibir una distribución generalizada en los Estados Unidos, aunque alterada en su forma, pero ganando mucho, mucho dinero.
A diferencia de muchas de las otras películas que abordarían al lagarto gigante, el monstruo en las versiones de Ishirō Honda posee enormes recompensas de drama humano, y extraordinario trabajo en escenografía y vestuario.
Godzilla de 1954. Fuente: IMDb.
A pesar del éxito, pasarían varios años antes de que Honda se convirtiera en el director más prolífico de películas de ciencia ficción y monstruos en Japón.
En la segunda mitad de la década de 1950, Ishirō perfeccionó su estilo de dirección con una serie de dramas y comedias afectuosos sobre jóvenes que navegaban por un panorama de recuperación económica y valores culturales cambiantes. De estos, se destacan Mother and Son de 1955, Good Luck to These Two, un año más tarde, y Song for a Bride, de 1958, que no se distribuyeron fuera de Japón.
Hacía 1960, los trabajos de Honda se centrarían en la difícil situación de las mujeres en la sociedad de posguerra dominada por hombres, situaciones parecidas a las películas de Mikio Naruse, de quien Honda había sido aprendiz.
A medida que Japón se unió a las Naciones Unidas y se estableció como un país pacífico y económicamente resurgente, las películas de género de Honda se volvieron más optimistas, y también de más ganancia.
Battle in Outer Space de 1959, Gorath de 1962, Atragon de 1963, y Mothra vs. Godzilla, de 1964, que vio al imponente dinosaurio pasar de villano a héroe cuando se enfrentó a su némesis final, Ghidora, fueron grandes éxitos del director japonés dentro y fuera de su país.
De una filosofía “humanista”, como él mismo se explicaría, buscó transmitir mensajes de cooperación y comprensión. Y aunque nunca ganó premios prestigiosos, el resiliente Ishirō murió el 28 de febrero de 1993 todavía muy orgulloso de la resistencia de sus películas.
Vivió con una destreza envidiable, entretejió mensajes innegablemente serios en entretenimientos descaradamente populistas; por esto y por algunas cosas más, escribe Steve Ryfle, Ishirō Honda fue un cineasta adelantado a su tiempo.
"Definitivamente fue un placer para mí haber podido hacer algo que la gente pueda recordar (...) Si no hubiera hecho Godzilla o The Mysterians no sería lo mismo. No hay nada como la felicidad que obtengo de estos trabajos."
- Ishirō Honda