Desde que se tiene registro en la historia, el hombre siempre ha buscado tres cosas: salud, bienestar y belleza. Y así lo podemos constatar en nuestra propia familia donde seguramente encontraremos muchos remedios y tips que van de generación en generación.
Las mujeres siempre han buscado la forma de mantener su rostro hidratado y embellecido con lociones, ungüentos y pomadas hechos a bases de hierbas, raíces, flores, miel, leche y hasta con grasas y heces de animales.
Desde las antiguas Grecia y Roma, las mujeres ya acumulaban conocimientos en belleza. En este periodo se utilizaba color en la cara, así como la línea negra en los ojos, tan característica de la reina Cleopatra, por ejemplo.
En la época renacentista aparecieron los primeros “cosméticos” los cuales ya eran elaborados tanto para mujeres como para hombres sobre todo en los monarcas o aristócratas.
En este periodo se abusó de las fragancias y perfumes para disfrazar los malos olores de las personas a falta del baño diario, porque se creía que el agua podía entrar a través de la piel y dañar el organismo.
Antes de la Revolución Francesa, las clases altas utilizaban polvo para aterciopelar sus facciones, sobre todo al momento de posar para algún pintor. A los polvos los acompañó un exceso de ropa y joyas para proporcionar status.
En París, la capital de la belleza, y tras el movimiento revolucionario, se perfeccionaron los cosméticos, los masajes, las dietas, los perfumes, esencias y otros métodos para embellecer. Fue hasta 1890 cuando se instituyó el primer instituto de belleza en la capital francesa.
En el romanticismo, se idealizó a la mujer, quien debía mantener un color pálido por falta de sol porque las personas de la alta sociedad no se asoleaban. Se utilizó polvo de arroz para dar un aspecto blanquecino a la cara que hiciera resaltar las ojeras de los ojos.
Actualmente existe toda una industria de la belleza y del cosmético en todo el mundo que los laboratorios ponen a disposición de las mujeres modernas con infinidad de tonos, métodos y marcas.