Los cuadros de Joy Laville no son simbólicos, ni alegóricos, ni realistas. Decía Jorge Ibargüengoitia, su ex esposo, que son como una ventana a un mundo misteriosamente familiar; son enigmas que no es necesario resolver, pero que es interesante percibir.
"Es el mundo interior de un artista que está en buenas relaciones con la naturaleza", dijo el autor.
Ahora podremos disfrutar del mundo de Joy Laville en el Museo de Arte Moderno del jueves 03 de agosto al domingo 29 octubre.
La exposición se trata de un acercamiento a la obra de la artista, dueña de una propuesta a contracorriente de las tendencias de su época.
A diferencia del efecto de conmoción y asombro de gran parte del arte contemporáneo, esta exposición es tranquila, lenta, deliberada y poética.
Celebra el centenario del nacimiento de Laville, momento idóneo para revisitar su obra y acercarla a nuevas generaciones.
Los colores que Joy Laville utiliza casi siempre -lila, verde malva, verde menta, rosa, blanco, gris y, desde luego, todos los matices del azul- pactan una red de relaciones tonales que vuelven inconfundible su música visual, y son visibles en sus cuadros a través de exposición.
Joy nació en la isla de Wight, Inglaterra en 1923. Desde 1946 hasta 1956 vivió en Canadá y en 1956 se trasladó a México con el objeto de cursar lecciones de pintura en el Instituto Allende de Guanajuato.
A partir de 1966 expuso individualmente en: Guanajuato, Monterrey, Guadalajara, Villahermosa, Aguascalientes, Chihuahua, Sn. Miguel Allende, Cuernavaca y la Ciudad de México. También en Nueva York, Nuevo Orleans, Dallas, Washington, Toronto, París, Londres y Barcelona.
Recibió la Medalla de Bellas Artes el 16 de octubre del 2012 y el Premio Nacional de Ciencias y Artes 2012 en la categoría de Bellas Artes.
Tras la trágica muerte de Ibargüengoitia, en 1983, la artista se refugió en su casa de Jiutepec, donde disfrutaba el amplio jardín, en compañía de su perra Mila, y muy a menudo se perdía en el recuerdo de un mar impasible que estimulaba su imaginación y que dominó gran parte de su obra, aunque alguna vez reconoció que, mientras dormía, llegaba a escuchar ese oleaje violento que chocaba contra las rocas.
Leonora Carrington alguna vez comentó admirada que Joy Laville tenía un estilo tan único como una huella dactilar.
Al final de todo, fue una artista que siempre tuvo naturalidad y exactitud, además de la inevitable integridad que tan sólo pueden ser alcanzadas por aquellos artistas dotados con medios mágicos.