Pintor, escultor, artista multidisciplinario, y autor de logotipos icónicos como el de Mapfre, Alberto Corazón fue un antropólogo del diseño, encausado a reflejar lo más hondo de cada instancia humana desde su visión “simple”. Falleció este miércoles a la edad de 79 años en Madrid.
“Yo lo que quería era ser inventor”, acertó una vez en una entrevista organizada por la Fundación Juan March, y ahí mismo declaró que la diferencia entre el diseño y la actividad plástica radica en la utilidad, pues el diseño busca crear algo útil e intuitivo, que tenga como consecuencia un valor estético; en tanto que en el arte la belleza es el fin mismo.
Miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y ganador del Premio Nacional de Diseño, Alberto Corazón Climent nació el 21 de enero de 1942 en Madrid y cursó estudios de sociología y ciencias económicas en la Universidad Complutense.
Su actividad artística inició en los últimos años de la dictadura franquista, como autor de arte conceptual en espacios alternativos y cofundador de la editorial Ciencia Nueva.
Autor de decenas de logotipos, entre sus creaciones más visibles se encuentran el del canal ONCE, Paradores, Renfe Cercanías, UNED, Casa del Libro y Círculo de Bellas Artes.
A lo largo de su carrera, Corazón buscó en el arte naturalidad y misterio, y encontró una vertiente en la que pudo “sorprender, diferenciar y construir memoria”, según cuenta Anatxu Zabalbeascoa en El País.
Fue así que expuso en la Bienal de Venecia de 1976; en el Petit Palais de la Bienal de París en 1978, junto a Antonio Saura; en la Galería Alexander Iolas de Nueva York en 1979 con el proyecto antropológico Leer la Imagen, en el que destacó su “idea art”; entre otros.
El sello estético de Corazón encuentra raíz en el concepto del autor sobre su actividad: “El diseño es una herramienta, que aparece a mediados del siglo XX, para mejorar nuestra relación con lo que nos rodea: con el entorno, con los demás, y con nosotros mismos. Es una extensión de cotidianeidad y del modo en el que nos ubicamos en ésta”.
Con numerosas muestras de su creatividad desperdigadas en los libros, catálogos, instituciones y espacios públicos de distintas ciudades españolas, entre ellos el Museo Reina Sofía o el Institut Valencià d’Árt Modern, Alberto soltó el pincel convertido en lo que él solía crear con soltura y detalle: un símbolo.