Los tatuajes tienen una extensa historia en Japón, así que para comprender verdaderamente el estigma que se esconde detrás de ellos, es esencial ser consciente de su significado.
Los primeros registros de tatuajes se encontraron en el año 5000 a.C., durante el período Jomon, en figurillas de arcilla que representaban diseños en la cara y el cuerpo.
El primer registro escrito de tatuajes en Japón data del año 300 d.C. y se encuentra en el texto Historia de las dinastías chinas.
En dicho documento queda registrado que los hombres japoneses se tatuaban la cara y decoraban sus cuerpos con tatuajes que se convirtieron en una parte normal de su sociedad; sin embargo, en el periodo Kofun, entre el 300 y el 600 d. C., se da un cambio donde estos adquirieron una connotación negativa.
En este periodo se empezó a marcar a los delincuentes con tatuajes, similar al Imperio Romano, con frases descriptivas del delito que habían cometido.
Con el paso de los años, el estigma hacia la modificación corporal solo empeoró: en el siglo VIII, los gobernantes japoneses adoptaron muchas de las actitudes y costumbres chinas.
Literalmente los tatuajes estaban reservadas solo para los delitos más graves, así que quienes los portaban eran apartados de sus familias y rechazados por la sociedad.
Luego los tatuajes se popularizaron en el período Edo a través de la novela china Suikoden, que representaba escenas heroicas con cuerpos decorados con tatuajes.
Esta novela se hizo tan popular que la gente comenzó a hacerse estos tatuajes como representación física en forma de pinturas. Esta práctica finalmente se convirtió en lo que conocemos hoy como irezumi o tatuaje japonés.
Dicha práctica tendría un impacto monumental ya que muchos artistas de xilografías convertirían sus herramientas de impresión para comenzar a crear arte en la piel.
Literalmente de ser algo prohibido, los tatuajes se convirtieron en un símbolo de estatus durante este tiempo. Se dice que a los comerciantes adinerados se les prohibía usar y exhibir su riqueza a través de joyas, por lo que, en cambio, decoraban todo su cuerpo con tatuajes para mostrar sus riquezas.
A fines del siglo XVII, el tatuaje penal había sido reemplazado en gran medida por otras formas de castigo. Sin embargo, la razón por la que los tatuajes se asociaron una vez más con las pandillas fue porque los delincuentes podían cubrir estos tatuajes penales con tatuajes decorativos más grandes y elaborados.
Los miembros de la Yakuza comenzaron a usar tatuajes como evidencia del coraje y la lealtad al estilo de vida fuera de la ley.
Durante muchos años, los tatuajes japoneses tradicionales se asociaron con la mafia Yakuza y aún muchos lugares en Japón, como baños públicos, gimnasios y aguas termales, aún prohíben la entrada a los clientes con tatuajes.
Aunque los tatuajes han ganado popularidad entre los jóvenes de Japón debido a la influencia occidental, todavía existe un estigma sobre ellos entre el consenso general.
Debido a su intricada belleza, tres reconocidos fotógrafos decidieron plasmarlos en sus obras.
Chloé Jafé
La reconocida fotógrafa japonesa se infiltró en el misterioso mundo de la mafia japonesa. Su trabajo muestra un poco sobre la mafia Yakuza, que es una de las más famosas en dicho país.
Horace Bristol
En la década de los 40, este fotógrafo estadounidense estuvo en Japón y uno de sus proyectos fue documentar el arte del tatuaje japonés, lo que obviamente lo llevó a capturar algunas escenas asombrosas de la cultura underground.
Muchas de sus fotos son de pandilleros de Yakuza en Tokio haciendo estos increíbles trabajos.
Bruno Timmermans
Artista belga nacido en 1977 en Bruselas, donde vive y trabaja actualmente. Retoma, a su manera, los retratos de los grandes iconos de nuestro tiempo, superponiendo otras imágenes a través de transparencias, vinculadas a su obra y sus acciones.