Marc Mulders es un artista idiosincrático, un pintor que, tanto profesionalmente como en cuanto a contenido, opta por una posición contemporánea en la tradición de su campo.
Para él, el arte moderno encuentra su culminación en la intensificación absoluta de la experiencia personal. El modernismo como concepto de originalidad que ha entrado en vigor no tiene nada que ofrecerle.
Para él, es precisamente la tradición con la que es deudor la que puede alimentar e inspirar el presente.
Dicho en sus propias palabras, el artista expresa:
No hay arte nuevo, no hay temas nuevos, sino temas clásicos, ejemplares, escenas de pasión, la profundidad del cielo y el infierno y lo que sacamos nosotros de todo ello.
Además de ser un pintor impresionista moderno, Marc también es acuarelista, fotógrafo y vidriero.
Nacido en 1958, trabaja y vive en Landgoed Baest, entre Tilburg y Eindhoven.
El estudio de del neerlandés tiene su sede en un establo en medio de un campo lleno de flores silvestres. Mientras pinta en la puerta, las abejas zumban y las mariposas revolotean alrededor de su burro. Mulders llama a este jardín “mi propio Giverny privado”, haciendo referencia a los famosos jardines de Claude Monet, un gran ejemplo para él.
El jardin de Marc en en Landgoed Baest, entre Tilburg y Eindhoven. Fuente: Facebook
En su pintura al óleo pastosa, casi abstracta, sigue el curso de la naturaleza a su alrededor; cuando es primavera y verano, él dice que su lienzo huele los olores, y en el otoño, pinta su cabeza con el eco de ese esplendor floral.
La finca es el resultado de un largo desarrollo, en el que la creación y la naturaleza se volvieron cada vez más centrales. Para Mulders, todo se deriva de los conceptos de religión, tradición y atención.
Mulders estudió en la Academia Sint Joost en Breda entre 1978 y 1983. Dos años más tarde, ganó el Premio de Roma, donde encontró su gran fogueo internacional.
La obra de Mulders, inspirada en temas católicos, como Ecce Homo, que realizó en 1989, formó un contrapunto a la de los posmodernistas populares de la época, como René Daniels, Rob Birza y Rob Scholten. Esto le dio a Mulders una gran atención global, lo que resultó en una exposición individual en el Stedelijk Museum Amsterdam en 1991, entre otras cosas, lo que definió su rumbo como artista.
Poco después de la exhibición, Mulders visitó el Altar Isenheimer en Colmar, Francia, y se dio cuenta de que el tema del catolicismo no era para él.
De vuelta en Tilburg, Mulders decidió pintar flores blancas sin tallo para representar la vulnerabilidad del cuerpo humano, y es a donde ha dirigido su talento desde aquel entonces.
Desde ello, Marc Mulders llamaría la atención sobre el eterno ciclo de vida y muerte representado por la naturaleza. Figuras de peces y pájaros, flores y numerosos motivos orgánicos son, por tanto, elementos recurrentes en su obra.
Mulders considera sus lienzos como espacios indefinibles, como "habitaciones de creación", y considera que es su tarea hacer que estas habitaciones sean hermosas y agradables para encontrarse con el otro.
A lo largo de los años, Mulders se ha alejado cada vez más del catolicismo, y acercándose a la naturaleza que le rodea: la belleza de las flores en Landgoed Baest. Allí sigue pintando en la tradición de los impresionistas al aire libre en un estudio móvil.