Génesis: En el principio fue… el performance. Desde el momento en que las primeras personas (aquí es donde antes de la verdadera neutralidad lingüística se decía “homínidos” –aspecto de hombre, según sus etimologías–… ya no más) tuvieron la necesidad de intercambiar información, necesidades o emociones, en ánimo de sobrevivir al agreste entorno, echaron mano de gestos, mímica, interjecciones, gritos y susurros… y nació así el desempeño de una actuación: el primer performance.
De ahí en adelante, en cientos de miles de años hemos evolucionado aquel momento y nos hemos dado el lujo, incluso, de ya no usarlo para comunicar (ahora tenemos la más grande herramienta tecnológica que nunca jamás existirá: el lenguaje), sino que podemos ocuparlo para hacer sentir, para sublimar. Es decir, por el puro sentido hedonista de plasmar una expresión artística.
En ese aluvión de personajes que han contribuido al desarrollo de las artes escénicas (el performance), hoy apuntaremos brevemente la aportación de tres creadores de propuestas en esa corriente.
Nick Cave
Curiosamente, su patronímico –“Cave”, que refiere a “cueva”– no tiene que ver con el desarrollo atávico del performance, pero sirve de concepto fonético al margen.
Se ha dedicado al diseño de vestuario y a las representación de realidades alteradas. Pieza fundamental del arte escéncio, Nick Cave ha llevado esta disciplina a nuevas percepciones y estados de conciencia a través de sus llamados trajes sonoros.
Los puede colocar sobre maniquíes, en ganchos presentados por sí solos como representaciones escultóricas o les imprime vida por medio de un baile masivo. Creados inicialmente para diluir las fronteras fenotípicas, clasistas y no inclusivas, sus trajes y el performance resultantes son una referencia a las mitologías y los rituales que las envuelven, tanto de la antigüedad como posmodernos.
Expresión corporal, arte textil, diseño de moda, diseño sonoro, danza y la mente conceptualizadora de un genio hacen del performance de Nick Cave una de las referencias contemporáneas obligadas.
Ragnar Kjartanson
(Otra referencia involuntaria a sustantivos de la antigüedad –como un nombre nórdico– como el origen del performance… no es intencional, de verdad). Ragnar Kjartanson es un islandés que, a fuerza de ver lo mismo a diario en una comunidad bastante reducida en su extensión demográfica y en sus posibilidades de exploración del entorno natural, por las limitaciones que plantea su clima, aprendió a desdoblar esas dinámicas y convertirlas en otra cosa, usando la ironía de la cotidianidad.
Aunque monótono y de ritmo seguro, los paradigmas cotidianos de la vida occidental islandesa le enseñaron cómo interpretar como un espectáculo teatral del absurdo, sarcástico o simplemente irónico. Radiografía, con su mirada experta, los presuntamente intrascendentes momentos del día a día.
Es célebre, por ejemplo, el proceso de síntesis y análisis que realizó para estirar una canción de tan sólo 4 minutos de duración (Sorrow, de la banda The National) para hacer un performance de ¡6 horas! Cada palabra, cada sonido de un instrumento reverberó conceptualmente hasta convertirse en algo nuevo. El performance, en conjunto con The National, se llamó A Lot of Sorrow. Las abrumadoras e infinitas posibilidades de la (casi etimológicamente adecuado) monotonía.
En su obras “Escenas de la cultura occidental”, plasma acciones tan ordinarias como comer, practicar algún deporte y tareas domésticas, donde cada acción es parte de un orden superior de estructuras, como en una sinfonía.
Su trabajo revalora el aforismo: la inconmensurable belleza de la sencillez. Nada más sencillo que lo cotidiano. Nada más hermoso que aquello que esconde el día a día.
Guerilla (¿Gorilla?) Girls
¿Existe algo más atávico que el performance de un grupo de primates ejecutando caras y gestos para expresarse? (Insisto de nuevo: el kick line de este texto y los artistas seleccionados no tenían tanto vínculo con la metáfora… pero los textos son cosas vivas, así que ni éste borrador cambié).
El juego de palabras entre “Guerrilla” y “Gorilla”, nace de un typo que terminó por darle una yuxtaposición lúdica y conceptual al nombre de este colectivo, de impronta feminista. Originalmente, al pronunciar en inglés el nombre, que combina una palabra en español y una en inglés, sonó algo como “guerila girls”, que en lugar de referir metafóricamente a un movimiento armado intrínseco a una sociedad (una “guerrilla”) se entendió como “gorila girls” (en escritura fonética)… y de ahí, voilà!, habemus conceptum. En fin.
Es un colectivo de artistas que, desde los años 80 operan en el anonimato, detrás de máscaras de gorilas (lo siento, Damon Albarn, no fuiste el pionero). Luchan por la paridad en todos los ámbitos de la expresión artística: metáforas de la denuncia por la desigualdad y el maltrato en razón de género.
Ocupando el lúdico uso del lenguaje en su nombre, las Guerrilla Girls hicieron voltear a los críticos de arte mundiales voltear a verlas por una campaña de guerrilla que cubrió Manhattan con pancartas de reclamo contra una muestra en el MoMA, en 1984: la Encuesta Internacional de Pintura y Escultura, en la cual, de 165 artistas, sólo 13 eran mujeres.
Son activistas, contestarias y artistas. Algo así como lo que pregonan muchas bandas de rock, pero sin el formato de divas. Poseen un enfoque integral que redefine la actuación a través de sus statments. Diluyen la línea entre ser un colectivo de arte y un grupo de acción social. Su trabajo (y su mensaje) es altamente recomendable… y (ojalá) altamente contagioso.