A lo largo de varios años, Antonieta Rivas Mercado amó sin esperanza a uno de los pintores más elegantes y más refinados de México. A pesar de que algo le decía que ese amor nunca iba a poder ser, ella se aferró a la idea que tenía de Manuel Rodríguez Lozano.
A la joven le resultaba imposible ignorar que el pintor tuviera tanta familiaridad con sus alumnos. Sin embargo, era tanta la pasión que le despertaba, que ella insistía y por eso financiaba su obra, lo relacionaba con sus amigos y hasta presumió de haber tenido intimidad.
Dos de sus mejores amigos, los poetas Salvador Novo y Xavier Villaurrutia, trataron, por todos los medios posibles, de que abriera los ojos, pero todo parecía imposible con Antonieta Rivas Mercado.
Cuentan que desde que lo vio pasar por la calle, caminando en un elegante traje gris, se enamoró de él. Rivas Mercado ni siquiera sabía cómo se llamaba el pintor, pero su rostro se le quedó grabado cuando lo vio alejarse por la calle.
Autorretrato, 1924. Manuel Rodríguez Lozano. Foto: Christie's
Si hubiera investigado un poco, se habría enterado que ese joven bajito y muy delgado tenía poco tiempo de haber regresado de París. Allá había vivido desde hacía bastantes años porque se había casado con la pintora Nahui Ollin, nada menos que la hija del general Mondragón, uno de los mayores aliados de Victoriano Huerta.
Antonieta Rivas Mercado se habría enterado de que Nahui y Manuel se habían casado porque ella se lo pidió a su padre, pero todo mundo decía que Manuel se había casado básicamente por interés. Quién le iba decir a Nahui que se iba a decepcionar tan rápido de su esposo, casi llegando a París porque se pelearon y no volvieron a reconciliarse nunca. Pero Antonieta cayó muy rápido ante sus ilusiones.
La hija del reconocido arquitecto Rivas Mercado supo de Manuel poco después de que este muriera y que Alicia, su hermana, la expulsara de su casa, en la calle de Héroes. En aquel momento esta joven se sentía muy desubicada y quería hacer algo en la vida: enamorarse, ser una gran escritora y una reconocida actriz.
Contaba con todo lo necesario para ser una mecenas: dinero e inteligencia, además de que era amiga de los mejores poetas de México. Uno de los proyectos que más quiso fue la idea de hacer un teatro. Para ello, alquiló un departamento en la calle de Mesones 42 e invitó a sus amigos más íntimos para que pudieran financiar las puestas en escena de autores como Jean Cocteau.
Retrato de Antonieta Rivas Mercado, 1934. Manuel Rodríguez Lozano. Foto: Revista de la Universidad de México
Vale la pena subrayar que pensó en Manuel Rodríguez Lozano para que hiciera las escenografías de las obras, pero lo que no se esperaba era que este las hiciera de muy mala gana. Resulta que los poetas como Novo, Villaurrutia y Gorostiza, no tenían mucho aprecio por Rodríguez Lozano, por el contrario, lo que complicó todo.
Debido a lo anterior, Manuel sintió que lo hacían menos, así que se aprovechó de la pasión de Antonieta, que para entonces era ya casi malsana. Cuentan que Antonieta Rivas Mercado padeció, sufrió, se desveló, lloró y escribió decenas de cuartillas para rogarle a Manuel (que luego darían pie a un libro), por lo que al final cedió a todo lo que este le pidió.
Antonieta moría de celos por los jóvenes pintores que vivían en casa de Manuel, como uno llamado Julio Castellanos, pero también Manuel los tenía -aunque los de él eran puramente intelectuales-, pues quería ser tan atractivo intelectualmente como lo eran sus amigos poetas.
De hecho, poco tiempo antes de que Antonieta conociera a José Vasconcelos -quien fue su amor más público- Manuel le exigió terminar el teatro Ulises para que existiera algo entre ellos dos, pero ese amor, como desde un principio se visualizó, nunca llegó a prosperar debido a que estaba destinado a fracasar.