Convicción política, poesía personal, fotografías y obras públicas descansan al centro del corazón del excesivismo de Ai Weiwei, quien es llamado por algunos críticos como el artista visual más influyente de nuestros tiempos.
Nacido el 28 de agosto de 1957, Ai Weiwei creció en el extremo noroeste de China, donde vivió en duras condiciones debido al exilio de su padre, el poeta Ai Qing, quien fuera denunciado como disidente del régimen un año después del nacimiento de su hijo.
Estos primeros años de persecución, carencia y exilio en pequeñas aldeas cercanas a la frontera con Corea del Norte tendrían un profundo efecto en el pequeño, que a pesar de la dureza nunca abandonó los textos de su padre ni la de una enciclopedia, que era la única fuente de información y educación en el hogar de los perseguidos.
Forzado a trabajos comunitarios desde que era niño, Ai Weiwei aprendió muchas de las habilidades prácticas que luego aplicaría a su arte, comenzando por muebles y ladrillos.
A pesar de su casi inexistente educación, el artista aprendió lo que pudo de la calle y de lo que hubiera alrededor de su casa, un esfuerzo que con el paso de los años luego plasmaría en sus esculturas.
Tras la muerte del presidente Mao en 1976, a la familia finalmente se le permitió regresar del exilio, lo que le daba chance a Ai Weiwei, de 19 años, de inscribirse en la Academia de Cine de Beijing para estudiar animación y recibir lo que sería su primera educación formal, una que lo introdujo a un grupo político subversivo de artistas que querían reintroducir la idea del arte como autoexpresión en China.
Después de sus primeros dos años universitarios, comenzó a involucrarse en la escena artística no oficial de Beijing, y fue uno de los miembros fundadores del grupo The Stars, que luchó contra la política de Mao de que el arte estaba al servicio de los intereses comunes del Estado. Con esas tablas, participó en una serie de marchas y mítines a favor de la democracia que inclusive lo llevaron al encarcelamiento.
Cinco años más tarde, en 1981, tras culminar sus estudios, se mudó a Nueva York, en donde estudió en varias instituciones con el objetivo de intentar mejorar su inglés.
En 1982 fue admitido en la Parsons School for Design donde coincidió con el artista Sean Scully, quien lo convenció de salirse de las aulas y tratar de ganarse la vida como artista callejero y trabajador ocasional, consejo que escuchó.
Durante 11 años que continuó su estancia en la gran manzana, Ai Weiwei se sumergió en la escena del arte contemporáneo y tomó fotografías de la ciudad, que luego compondrían una de sus primeras y más importantes instalaciones, el New York Photographs (1983-1993), donde somos testigos de cómo Ai pasa de ser un joven a un adulto, de un niño flaco que posa conscientemente al artista poderoso que conocemos ahora.
Se hizo amigo del poeta beat Allen Ginsberg y en esos años su figura se hizo deslumbrante fuera del marco, se volvió sereno y seguro de sí mismo.
Con Allen Ginsberg. Fuente: Georgia Straight.
Una fotografía correspondiente a su exposición New York Photographs. Fuente: Georgia Straight.
En este tiempo, logró también su primera exposición individual titulada Zapatos viejos, sexo seguro, la cual se llevó a cabo en 1988 dentro de la Art Waves / Ethan Cohen Gallery.
Viajó por el varios estados de la Unión Americana e incluso se volvió experto en el juego de blackjack, tanto que en algunas partes de EU lo conocen ante todo como un jugador profesional, más que como un artista.
Cuando su padre se enfermó, Ai Weiwei regresó a Beijing, y en esa etapa produjo tres libros sobre entrevistas con algunos de sus artistas occidentales favoritos, incluidos Marcel Duchamp, Andy Warhol y Jeff Koons, y estableció conexiones entre esta generación anterior de artistas y una generación emergente de iconoclastas.
Tras la muerte de su padre en 1996, retomó sus vocaciones tradicionales y de activista para hacer que su arte se expandiera hasta toda China. Su arte empezó a servir de testimonio de creencias políticas, creatividad local, y experimentación con corrientes extranjeras, abriéndole camino a algunos de los artistas emergentes de Beijing y sus alrededores.
Elaboró muebles y se adentró en la arquitectura, a pesar de no tener una formación formal, y construyó una casa y un estudio en el norte de Beijing, y en 2003 fundó un estudio de arquitectura llamado FAKE Design.
Con la entrada del nuevo milenio, y la llegada del Internet, el arte de Ai Weiwei explotó.
En la web encontró un sinfín de posibilidades comunicativas, se convirtió en su aliada y con el diseño del estadio olímpico de Pekín llegó su primera gran obra de difusión internacional en 2008.
Para 2010, el artista cubrió el piso del Turbine Hall en Tate Modern con 100 millones de semillas de girasol de porcelana. En 2012 fue galardonado con el Premio Václav Havel de Disentimiento Creativo. En 2015, Ai Weiwei recibió el premio Embajador de Conciencia, otorgado por Amnistía Internacional, por sus acciones en apoyo de la defensa de los derechos humanos.
Y en 2017 creó un épico viaje cinematográfico Human Flow, una poderosa expresión visual a la migración humana masiva contemporánea que participó en el 74o Festival Internacional de Cine de Venecia.
Ai Weiwei: un legado que trasciende el arte
Con esfuerzos humanitarios en aquellos que viven en la pobreza y la opresión, Ai Weiwei ha trascendido su arte y lo ha colocado como inmortal.
Se ha convertido en una figura inspiradora para la audiencia en Occidente y en China, dentro y fuera del mundo del arte.
Su lucha por la libertad de expresión nos recuerda el poder del arte visual para movernos como individuos. Su trabajo subraya la idea de que el arte tiene el poder, e incluso la responsabilidad, de cambiar la sociedad.