Tan emblemáticas como las producciones de la época dorada del cine mexicano, las películas de terror hechas en México representan una interesante exploración antropológica, visual y artística de la cultura del país.
A inicios del siglo XX, entre los años 30 y 40, la consolidación del cine mexicano vivía su mayor auge; no obstante, apenas comenzaban a contarse historias que contuvieran tramas de suspenso o terror; mismas que fueron la antesala de la prolífica industria que vendría en la segunda mitad de este siglo.
En este sentido, la primera película de terror mexicana es La llorona de 1933, dirigida por Ramón Peón.
A dicha obra le siguieron El fantasma del convento (1934) de Fernando Fuentes y El baúl macabro (1936) de Miguel Zacarías.
De esta etapa, el autor más sobresaliente fue Juan Bustillo Oro, quien dirigió, entre otras, Dos Monjes (1934), El misterio del rostro pálido (1934) y Nostradamus (1935).
Durante las décadas de 1950 y 1960, cuando la industria cinematográfica incorporaba nuevas estructuras y la televisión comenzaba a conquistar terrenos cada vez más amplios entre el público a nivel nacional, surgieron nuevos intereses a abordar en la pantalla grande.
De los tópicos que comenzaron a indagar los cineastas de esa época, destacaron las nuevas costumbres juveniles, la inserción de nuevos ritmos musicales vinculados al rock y el erotismo, y la curiosidad por los espectáculos populares, como la lucha libre.
Además, nació un interés particular por las tradiciones ancestrales a nivel local e internacional, como la leyenda de La llorona, la historia de Drácula y Frankenstein o el mito del hombre lobo.
Una de las vertientes de mayor repercusión en la historia de cine de terror mexicano es el que se extiende al cine fantástico, a través de las películas protagonizadas, en su mayoría, por el Santo –símbolo de la lucha libre en México– u otros luchadores, a quienes se les dotaba de un papel heroico y justiciero.
De esta corriente sobresale el trabajo del director Chano Urueta, quien introdujo por primera vez a los luchadores en las películas del género de terror con la película Blue Demon, el demonio azul de 1965.
La época dorada del cine de terror llegó con la obra Hasta el viento tiene miedo (1968) del director Carlos Enrique Taboada.
A partir de entonces y hasta la década de los 90, en donde se considera la etapa del Nuevo cine mexicano, sobresalieron otros directores, entre ellos: Juan López Moctezuma, Gilberto Martínez Solares, Arturo Ripstein y René Cardona Jr.
A mediados de los años ochenta y principios de la década de 1990 el género de terror en el cine mexicano atravesó por una época de estancamiento.
La cual se rompió con la ópera prima del reconocido cineasta Guillemo del Toro en 1992: Cronos. A la que le siguió la icónica cinta El espinazo del diablo (2001).
De esta nueva ola surgieron otros títulos importantes, como Kilómetro 31 de Rigoberto Castañeda y J-ok’el de Benjamin Williams, ambas de 2007.
Actualmente, la cinta que más conmocionó a los fanáticos de esta corriente cinematográfica fue México Bárbaro de 2014 –antología sobre ocho mitos y leyendas de terror mexicanas– creada por un grupo de varios directores y seleccionada en "Le Marché du Film" del Festival de Cannes.