Emily Dickinson, la poetisa que vivió recluida en su propio mundo
Emily Elizabeth Dickinson es considerada como una de las figuras más relevantes de la literatura de Estados Unidos y el mundo.
Nació el 10 de diciembre de 1830 en Massachusetts, pertenecía a una familia acomodada y acudió siete años a Amherst Academy.
Tras una rígida educación calvinista, la joven comenzó a forjar un carácter introvertido y solitario.
Se interesaba por temas poco comunes para la época como naturaleza y astronomía.
Poco a poco decidió aislarse en su cuarto, en donde se dedicaba a escribir.
Actualmente se le nombra a la par de grandes como Edgar Allan Poe, Ralph Waldo Emerson y Walt Whitman.
La relevancia de una mujer excéntrica
La vida de Dickinson es un misterio, no hay más que elucubraciones de sus biógrafos y dichos de familiares o vecinos. Pero, su mundo interno quizá nadie lo conocería.
Aseguran que gustaba de vestir solo de color blanco y pasear en el jardín sin compañía alguna.
Afirman que Benjamin Franklin Newton, quien fuera su mentor y motivo de afecto marcaría su sensibilidad en cuanto al amor.
Sin embargo, falleció de tuberculosis pronto y ella se hundió en una profunda depresión.
Algunas de sus cartas fueron dedicados a un hombre al qua apodaba master, pero se desconoce su identidad. La poetisa jamás se casó.
Tras recluirse en su habitación mantuvo pocas amistades a las que trataba mediante correspondencia.
Sus letras se caracterizaban por el enigma y una poderosa feminidad, así como un lenguaje emotivo.
A comienzos de 1860 sus versos se vuelven más experimentales. La mayoría de su producción radica en poemas breves.
Falleció el 15 de mayo de 1886, su hermana Lavinia, fue quien descubrió los textos guardados y con ello inició la edición y publicación de su obra.
Desafortunadamente el orden cronológico se perdió, por lo que no se guarda secuencia alguna y no se puede rastrear más allá de su vida.
Sin duda una de las más relevantes escritoras de todos los tiempos.
La sortija
En mi dedo tenía una sortija.
La brisa entre los árboles erraba.
El día estaba azul, cálido y bello.
Y me dormí sobre la yerba fina.
Al despertar mire sobresaltada
mi mano pura entre la tarde clara.
La sortija entre mi dedo ya no estaba.
Cuanto poseo ahora en este mundo
es un recuerdo de color dorado.
Emily Dickinson
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