El arquitecto Adamo Boari imprimió su maestría y capacidad artística en un emblema de identidad nacional: el Palacio de Bellas Artes; sin embargo, a causa de los problemas internos del país y el estallido de la Revolución Mexicana no logró ver su obra terminada.
La construcción de este icono arquitectónico inició en 1904 y culminó en 1934, tras reanudar su edificación en 1928 bajo la guía de Federico Mariscal.
Asimismo, de acuerdo al artículo de la Universidad Autónoma Metropolitana “Azares y coincidencias del arquitecto Adamo Boari”, que cita al arquitecto Víctor Jiménez, el emblema construido en el cruce del Eje Central y Avenida Juárez, fue “el patito feo de la arquitectura nacional, y duró varios años en un ‘largo purgatorio de desprestigio’”.
Y subraya que, a nivel popular se decía que Bellas Artes era un pastel de cumpleaños.
De origen italiano, Boari nació el 22 de octubre de 1863 en los Estados Pontificios y cursó sus estudios universitarios como ingeniero civil y arquitecto en la Universidad de Ferrara y la Universidad de Bolonia.
Luego de trabajar y residir en distintos países del continente americano, entre ellos Brasil, Buenos Aires, Montevideo, Nueva York y Chicago, arribó a México en 1899 durante el gobierno del presidente Porfirio Díaz.
Destacado por su labor en la exposición nacional de arquitectura de Turín, a Boari se le comisionó realizar varios recintos en distintos lugares del territorio mexicano.
Previo a alcanzar la cumbre de la popularidad en México con la ejecución de La Quinta Casa de Correos (1902-1907), también conocido como Palacio Postal y el Palacio de Bellas Artes, el artista ideó la arquitectura de la Parroquia de Matehuala en San Luis Potosí y el Templo Expiatorio de Guadalajara, y dirigió las remodelaciones del Teatro Nacional y el Palacio Nacional.
Inspirado en las características del diseño europeo y el art nouveau, Boari conquistó también la admiración del afamado arquitecto estadounidense, Frank Lloyd Wright.
Quien dedicó unas líneas en su testamento a Boari: “Recuerdo un hirviente italiano, Boari de apelllido, que había ganado el concurso para construir el gran Teatro de la Ópera Nacional de la Ciudad de México…
Pasó por nuestro ático temporalmente para realizar los planos de dicho edificio. Se encontraba alejado de todos nosotros, pero era observador, curioso y vivaz. Miraba algo de lo que yo estaba haciendo y decía con un quejido bien intencionado: ‘¡Ah, arquitectura austera!’, daba una vuelta sobre sus talones con otro quejido y regresaba a su gorguera renacentista italiana, como yo le decía en represalia”.
Pese a que Adamo Boari partió de México hacia 1816, erigió una casa en la colonia Roma, cuyas características la definieron como una construcción de vanguardia de la primera década del siglo XX.
Dicho predio, ubicado en las avenidas Jalisco y Veracruz, hoy Álvaro Obregón e Insurgentes, era una estructura de concreto armado y encofrado integral; no obstante, a la muerte del arquitecto, la casa fue vendida por su hija Elita, quien la recibió en herencia.
Años más tarde, tras su demolición, ahí se erigió un edificio de viviendas y comercios que desapareció en el terremoto de 1985.
Un año después, ese lugar se destinó para alojar un jardín en memoria del escritor Juan Rulfo y, actualmente, es un escenario que pasa desapercibido por los transeúntes.
En este sentido, el hogar de Boari en México no radica en su elección para vivir, sino en el que dispuso su máximo potencial creativo: Bellas Artes.