Si convenimos que la primera entrega de este texto dejó establecido que el eros de Leonardo Da Vinci es una expresión de su admiración y pasión absoluta por la Humanidad, el ser y la esencia de las personas desde una visión absoluta, integral y paritaria, independientemente de cualquier etiqueta de filias sexuales, podemos, entonces sí, achicar el zoom hacia sus relaciones personales más íntimas.
El genio del Cinquecento poseía una visión andrógina, neutral y paritaria de la estética y la razón: admiraba, practicaba y profesaba el desarrollo del ser en todas sus dimensiones (espiritual, física, intelectual y erótica). Ya delineamos algunos de sus obras que ilustran esta cualidad integral que aporta esta tesis del hermafrodismo intelectual y estético, la pansexualidad intelectual, la co-fusión (y confusión) de límites biológico y psico-eróticos: La Gioconda, las versiones de San Juan, el Mateo Apóstol que aparece en La Última Cena, por ejemplo.
Asentado el contexto, se nos permitiría hablar de la vida personal, sin reduccionismos, del mayor genio de la humanidad. Da Vinci tuvo dos personalidades verdaderamente cerca de su vida. Los dos, discípulos suyos, con quienes trabó una relación intensa a lo largo de los años: Gian Giacomo Caprotti de Oreno, mejor conocido como Salai, y Francesco Melzi.
Salai –cuyo sobrenombre se entendía como Pequeño Demonio– era hijo de Pietro di Giovanni, el inquilino de un viñedo de Da Vinci en Milano. A los 10 años de edad, ingresó como su asistente y se quedó junto a Leonardo el resto de su vida. Su relación inició, como muchas otra a partir del modelo de amor cortés inventado en la literatura novelada del Siglo XII, con muchas complicaciones, que ponían la sal en el imposible sentimiento y relación. En palabras de las generaciones de este Siglo XXI: Salai era su tóxico. Los manuscritos de Leonardo recuperan muchas de las bromas e irreverencias que le propinaba su estudiante; sin embargo, lo ataviaba de privilegios y ropas lujosas hechas a medida. ¿Suena familiar la interacción?
En apuntes de su diario, Da Vinci subrayó alguna ocasión que Salai le robó dinero, y lo tachó de ladrón, mentiroso y glotón. Eso no obstó para que pasara el resto de la vida del maestro a su lado, y para que recibiera la mitad de su herencia (la otra mitad fue para Melzi).
“Al segundo día mandé a hacerle dos camisas, un pantalón y una chaqueta a la medida; y cuando aparté el dinero para pagar estas cosas, me lo robó de la cartera y no pude lograr que confesara, aunque estaba firmemente convencido de ello”, escribió Leonardo al padre de Salai, en una carta. Más adelante en ese mismo texto, sobre una cena con clientes y amigos de Leonardo, refirió: "Giacomo cenó como dos y causó problemas como cuatro, mientras rompía tres licoreras, vertía vino".
Hay análisis comparativos de expertos e historiadores del arte han ilustrado cómo su rostro parece ser la inspiración de retratos de modelos de aspecto neutral, como La Mona Lisa. Aunque esto no ha pasado de ser una especulación argumentada.
Sin embargo, Salai sirvió de modelo para muchas otras obras de Da Vinci, abiertamente: el San Juan Bautista de Leonardo, que guarda una similitud en el gesto con La Gioconda, tiene rasgos faciales tanto de Salai como de Melzi.
Algunos de los estudios de dibujo que hizo Leonardo sobre Salai y Melzi son algo eróticos, lo que reforzó la especulación del verdadero tipo de relación que tuvieron. La discreción con que se llevó, para algunos, deriva de la precaución que quiso guardar el artista por la condena social y la virulencia justiciera con la que se perseguía y castigaba la sodomía en aquellos años iluminados para la razón, ensombrecidos por la moral. Para hacernos una idea, en la Europa central –principalmente en Alemania– se usaba el gentilicio florentino (provincia de nacimiento de Leonardo) como calificativo despectivo para hablar de la homosexualidad.
Sin embargo, otros creemos que no fue una discreta disimulación lo que encarnó, sino que sus aficiones iban más allá de las prácticas erótico-sexuales con un solo y mismo género. Su lujuria intelectual y perceptiva no puede encasillarse en una sola orientación.
Hay más pistas además de los dibujos de Leonardo sobre Salai que apuntan hacia una relación especial con ese alumno: el método de escritura especular (escribir las letras al revés y de derecha a izquierda) lo hacía para subrayar eventos, fechas o situaciones importantes. Eran como entradas a un blog personal y cifrado, el que sólo él mismo entendía. En un apéndice del Códice de Leonardo, que alberga la Biblioteca Ambrosiana de Milano, en Italia, se puede leer un manuscrito con la técnica especular (para cuya lectura se requiere un espejo) que dice: "Giacomo vino a vivir conmigo el día de Santa María Magdalena, 22 de julio de 1490". Eso, para muchos, es el signo más evidente de su agrado por el aprendiz.
El haber soportado la vida intransigente y ruidosa de su aprendiz ha sido una de las principales pistas para hacer creer que hubo una relación especial. Giorgio Vasari, arquitecto renacentista y biógrafo de Da Vinci, escribió de Salai: "es muy atractivo por su encanto y belleza, tenía un hermoso cabello rizado que se rizaba en anillos y le gustaba mucho a Leonardo".
Malzi
Sin embargo, como la mayoría de las relaciones tóxicas, la de Salai y Da Vinci terminó tras unos 30 años, nada menos. Sin embargo, el maestro Leonardo pasó sus últimos años con un nuevo estudiante: Francesco Melzi, un joven de familia aristócrata bien educado. A sus 15 años, Melzi ocupó la vacante que quedó con la partida de Salai. Mucho menos tiempo que Salai, pero Franesco Mezli acompañó hasta su muerte a Leonardo. De este nuevo aprendiz, escribió el genio: "Su sonrisa me hace olvidar todo en el mundo".
Era la cara opuesta todo de Salai: ayudó al Leonardo a acrecentar sus relaciones con gente influyente. No fue una relación tóxica, desde luego, pero sí una con una gran diferencia de edades: 41 años de por medio.
Sin embargo, el perfil orientado, educado y disciplinado de Melzi ha sido la llave por la que el resto del mundo, sobre todo el mundo futuro, conocimos a detalle al genio florentino. Francesco Melzi organizó los manuscritos de Leonardo, y recuperó y clasificó la mayoría de sus obras y dibujos. Así pasaron juntos 11 años, los últimos del maestro.