La carrera del artista visual y cineasta Iván Zulueta fue un puente entre el contexto culturalmente represivo de la España tardofranquista y la transgresora movida madrileña underground de la vuelta a la democracia.
Zulueta nació Juan Ricardo Miguel Zulueta Vergarajauregui, y creció en la villa familiar de San Sebastián, donde se rodaron varias de sus películas.
Su madre pintó y su padre abogado dirigió, de 1957 a 1960, el famoso festival de cine de su ciudad natal. Cuando se mudó a Madrid a principios de la década de 1960 para estudiar cine, sus planes se vieron frustrados por el requisito de que los estudiantes tuvieran al menos veintiún años para estudiar dirección.
Ante una espera, viajó en un barco mercante a Nueva York, donde estudió ilustración y pintura en la Art Students League y descubrió en el arte y el cine underground una voluntad de experimentación casi ausente, o al menos invisible en España, y que marcarán su obra gráfica y fílmica.
Regresó a Madrid para estudiar dirección cinematográfica en la Escuela Oficial de Cine, a partir de octubre de 1964, donde, frente al naturalismo moralizante dominante en el cine de la época, que encontró “no llamado a la cuestionar la comunicación entre la película y el espectador”, se decantó por la experimentación.
Zulueta se formó en la Escuela Oficial de Cinematografía, como Pilar Miró, Álvaro del Amo, Juan o Jaime Chávarri y allí conoció al guionista José Luis Borau.
Sus primeros trabajos, influenciados por el pop y públicamente visibles, ofrecieron una crítica oblicua de la cultura retrógrada fomentada oficialmente desde los márgenes de la corriente principal, pero con sus cortos experimentales posteriores y su legendaria película de culto de 1980 Arrebato ("Rapture") se movió a las sombras de la clandestinidad y su ya consolidado estatus de autor del período de transición a la democracia.
Al igual que su contemporáneo de la era de la transición, Pedro Almodóvar, la obra de Zulueta refleja un rechazo total a la tradición, especialmente a la tradición imaginada nacionalista, xenófoba y antimodernista que el régimen usó para justificarse, pero a diferencia de Almodóvar, quien es la clara historia de éxito de la movida, Zulueta “representa todo lo de la época que era imposible de asimilar; su obra habla de frustración, obsesión, impotencia ante las realidades cotidianas.”
Su obra ofrece, a través de variadas modalidades, una invitación al viaje, una evasión a modo de transporte extático a través de las drogas, el sexo, los objetos de la cultura popular fetichizados y sobre todo la experimentación fílmica.
Donde las primeras películas de Almodóvar popularizaron una movida bonachona y llena de placer que ayudó a muchos artistas a irrumpir en el mainstream —la actriz Carmen Maura, la cantante Alaska, varios artistas visuales y el mismo Almodóvar—, la mejor obra de Zulueta y sus temas quedaron inasimilables, tanto formalmente y temáticamente incompatible con las expectativas y deseos de un público español, o cualquier otro, más amplio.
Al privilegiar constantemente la experimentación sobre el atractivo comercial, el éxtasis individual sobre la política colectiva y la adicción y el aislamiento sobre la fama, Zulueta se aseguró tanto la libertad artística como la marginación.
El inconformismo de Zulueta hay que entenderlo en el contexto de la España tardofranquista, una sociedad de catolicismo imponentemente programático y xenofobia cultural oficial.
Su trayectoria estuvo ensombrecida por la constante lucha contra su adicción a la heroína y dejó como legado una película de culto que le granjeó para siempre el sambenito de "director maldito".
Su obra, incómoda con la religión y ansiosa por absorber la influencia extranjera, va en contra de estos imperativos nacionales monolíticos, formando una relación problemática con la burocracia cuyos precursores abundan en su propio país.
Además de todo esto, Zulueta era mucho más que cine.
Como contaba el recientemente fallecido Antonio Gasset, uno de los grandes amigos del director, “Iván disfrutaba muchísimo de la pintura, puede que de ese arte nazca su auténtica pulsión”.
En su faceta como artista visual, igual que en la cinematográfica, Zulueta apostó por la experimentación, por lo que a la hora de su muerte en diciembre de 2009, dejó atrás una colección de más de 10 mil polaroids en las que volcó su inventiva a partir de los ochenta sometiéndo el papel hasta a 48 sobreimpresiones, pintando o rayando la imagen con una cuchilla de afeitar.