Con su multidisciplinariedad, la artista portuguesa Helena Almeida se convirtió en parte de su obra.
La técnica que la distinguió del resto fue la de usarse a sí misma en fotografías, videos y trabajos escénicos cuidadosamente construidos.
A veces usaba todo su cuerpo, a veces solo la parte inferior de su torso, las piernas o un brazo, pero en una forma totalmente diferente a la que estamos acostumbrados a ver en los autorretratos.
Helena Almeida nació en Lisboa en 1934 y desde siempre perteneció al mundo del arte. Su padre era Leopoldo de Almeida, un destacado escultor, que a veces la usaba como modelo.
Estudió en la Escuela de Bellas Artes de Lisboa y en 1967 realizó su primera exposición de pintura, pero ya desde aquel momento buscó romper con los límites del espacio.
Cuando su padre murió en 1975, ella heredó su estudio en Lisboa, y se convirtió en una parte importante de su trabajo (hasta el final de sus días) ya que era un lugar de experimentación que estaba impregnado de su historia personal.
Su obsesión se convirtió en salirse de los márgenes del cuadro tradicional, en expandirse lo más que pudiera, y así se convirtió en parte de la obra, mezclando sus retratos con pinceladas coloridas e intensas.
Almeida exploró otras disciplinas donde la relación de la obra y del autor pudieran darse mejor, por lo que combinó la pintura, fotografía, diseño y performance.
Algunas de sus obras más conocidas son fotografías en blanco y negro de ella misma a las que agregó pintura azul en diversas partes, por ejemplo, su rostro o saliendo de su boca.
Helena Almeida era obsesiva con su trabajo, ya que sabía que debía de crear y a su lado siempre tuvo a su esposo, el también artista Arturo Rosa, quien le tomó miles de fotos para que ella tuviera un punto de partida para trabajar sobre la imagen.
Exploró diversos recursos, pero siempre volvió a su cuerpo, a su gran herramienta, hasta el día en que murió, el 25 de septiembre de 2018.