Por: Nancy Mookiena / AURORA
La música es como acompañante en nuestra experiencia de vida que define tiempos y generaciones; también se ha relacionado con movimientos artísticos, marcando el ritmo de su desarrollo y la evolución de los mismos.
En algunas ocasiones se construye un vínculo que después se instala como intrínseco. Tal es el caso del grafiti y el hip hop, que si bien ya existían de forma independiente, fue la construcción de una narrativa en 1980, la que conectó al grafiti como elemento del hip hop en películas y medios de comunicación.
Resulta innegable que los llamados cuatro elementos del hip hop: grafiti, rap, DJs y brake dance, fueran producto de un mismo contexto sociocultural: la juventud de barrios marginales y otros paralelismos como la competitividad dentro de cada escena y por supuesto, la apropiación del espacio público; ya fuera con un baile o con una fiesta callejera, formaban un todo.
A pesar de haber sido una relación construida, su difusión fue tal que el vínculo se volvió real, pues para jóvenes en todo el mundo su primera experiencia venía en este paquete llamado hip hop. El contenido crítico y provocador, el flow y la entrega del rap – y el scrach que solía tener de fondo- acompañaría los inicios del movimiento grafitero. A su vez la estética de este influiría en la indumentaria y las portadas de discos de rap. Una era en la que raperos y grafiteros se crearon a sí mismos.
Con el tiempo, aquel rap característico del hip hop definió nuevos estilos; por ejemplo fusionándose con ritmos propios de la música latina, como el reggae o el dance hall. Mismo que luego dieron origen al reggaetón, más adelante al trap y a una diversidad de combinaciones que actualmente conforman a los géneros urbanos.
Así como el grafiti se diversificó y expandió por el mundo, también la música que lo acompañaba: grupos que no se identificaban con la cultura del hip hop, introdujeron nuevos beats y música para acompañar el desarrollo de un amplio abanico de técnicas y la jornada de salir a expresarlas a la calle.
Por su parte, géneros como el nu metal, la música alternativa y el punk se identificaron con el espíritu subversivo del arte callejero y lo adoptaron como imagen para sus portadas. Incluso el pop ha recurrido a la estética del grafiti. Es tan diverso el espectro musical que puede acompañar a un grafitero, como sus estilos.
El grafiti y la música se acompañan y retroalimentan; comparten la energía de expresión y renovación, son un vehículo de comunicación que confronta ideas o simplemente las difunde. Algunas veces nos dan mensajes de visibilidad y reivindicación y otras de simple diversión; representando la realidad del momento y su constante cambio.