Por: Nancy Mookiena / AURORA
La contracultura surge como una reacción que se opone a los valores preestablecidos y aceptados socialmente; encarna lo opuesto a lo establecido. Es por eso que la ligamos en un principio al grafiti y luego al arte urbano.
El grafiti, que surgió en Estados Unidos como un movimiento contracultural, se apropió del espacio público, marcándolo y dejando rastro. Una década después se expandió y atravesó fronteras hasta llegar a México en los años 80's y a finales de los 90's, convirtiendo el arte urbano en una propuesta más elaborada y con un trasfondo artístico.
En las últimas décadas, festivales y muestras de estos movimientos -en un principio independientes y gestionados por los propios actores- han sido captadas por marcas e instituciones que se han apropiado de su discurso, incluso renombrando algunas pintas como muralismo contemporáneo y reduciendo la cultura del grafiti y el arte urbano a una mera técnica.
Hoy lo contracultural atraviesa -entre otras cosas- al género: grupos de mujeres que se manifiestan a través del grafiti y el arte urbano expresan con su cuerpo y en presencia las dolencias y exigencias propias y de otras mujeres. Como ejemplo está la colectiva de Paste Up Morras que acciona en CDMX y la periferia de esta, comunicando y expresando ideas y sentires con pegas e intervenciones en el espacio público. Ellas apuestan a la colectividad y a las redes de cuidado mutuo haciendo talleres, encuentros, acompañamiento de víctimas de feminicidio y acción directa en marchas y protestas.
En oposición al individualismo predominante en nuestro sistema económico, algunos escritores buscan generar comunidad y cambiar paisajes de violencia por muros de inclusión y esperanza. Así vemos el proyecto de Libre Hem (Alfredo Gutiérrez) quien además de ser reconocido por su propuesta gráfica, también es activista social.
Libre se involucra con el barrio y sus vecinos, con centros educativos y carcelarios, alentando a que participen en la transformación de su espacio; construye esculturas monumentales que también buscan reflexionar sobre temas de libertad y migración.
El arte como eje transformador de realidades se torna flexible y crea alianzas con instituciones y marcas, los artistas no están peleados con pintar ilegalmente o hacerlo por placer y trabajar con ellos al mismo tiempo, siempre que sea bajo sus principios. Las prácticas en el espacio público abren el panorama de expresión y apreciación a sectores que han sido segregados. Y la comunidad de artistas, que vive dentro de esta cultura, busca vías de crecimiento dentro de la misma.
Lo cierto es que el arte urbano y el grafiti han creado una resistencia de viejas y nuevas generaciones que siguen manteniendo la chispa inicial, tanto los que continúan en el anonimato como los que están haciendo una carrera legal. Estos movimientos desde su esencia seguirán siendo contraculturales mientras se mantengan como una vía para expresar las inconformidades y más allá, propongan rutas de escape a lo establecido.