Transmitir la fuerza y belleza que transmiten los cuerpos en movimiento, por extraños que estos resulten al colocarse en diversas posiciones, se convirtió desde hace varios años en la misión de la fotógrafa estadounidense Arielle Bobb-Willis.
La artista nació y creció en Nueva York, ciudad que la acercó a las artes de una forma especial ya que todas las semanas su padre solía llevarla a galerías y museos para que disfrutara de las creaciones de grandes artistas como Jean Michel-Basquiat, Andy Warhol y Keith Haring, entre otros.
Pero este mundo que conoció y adoraba se hizo añicos pues tuvo que mudarse a Carolina del Sur, lo que le produjo una profunda depresión con la que tuvo que lidiar por un lapso de más de 5 años.
Al entrar a la secundaria, Arielle encontró la que se convertiría su gran pasión en esta vida y gran salvavidas: la fotografía digital debido a que tuvo que tomar una clase sobre imagen multimedia.
Rápidamente se enamoró de la fotografía y así, sin nada que temer, profundizó lo más que pudo en dicho mundo gracias a que uno de sus maestros le regaló una vieja cámara análoga y su madre una digital.
Conforme Arielle se adentraba más y más en el mundo de la fotografía, su estado de ánimo mejoraba por lo que no dudó ni un segundo en sumergirse por completo y experimentar hasta encontrar su estilo.
Y justo así fue como llegó a capturar el mundo de manera poco convencional, con imágenes vívidas y colores contrastantes donde la silueta del cuerpo es la protagonista a través de lo que parecen coreografías vanguardistas ejecutadas frente a su lente.
Para Arielle Bobb-Willis lo más importante de ser fotógrafa es poder expresarse y que sus imágenes muestren lo que se siente cuando uno está cómodo estando en una posición diferente, pues justo eso era lo que necesitaba el cuerpo.
Sus fotografías reflejan, de forma sumamente bella, la forma en la que ha aprendido a confiar en su instinto, pues al final del día muestran un mundo donde es importante mantenerse fiel a uno mismo y lo que nuestros cuerpos nos piden.