Nacido en Ereván, Armenia, en 1946, que en aquel entonces servía como unidad militar para el ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial, Zadik Zadikian creció entre los estragos de naciones en combate y la unión de su país con la Unión Soviética.
A los 15 años ingresó en la Academia de Arte de Erevan, destacándose como escultor que llegó rápidamente a los museos de arte contemporáneo de su ciudad natal y Moscú gracias a la influencia de sus maestros y tutores.
Sin embargo, tras cumplir los 19 años de edad, en 1965, harto de las balas de ametralladora y los perros guardianes de las fronteras, Zadki decidió escapar de su país nadando a través del río helado de Aras, que discurre por Turquía, Armenia, Irán y Azerbaiyán, para dirigirse a los Estados Unidos.
Finalmente, en 1969 llegó a San Francisco donde conoció y se convirtió en asistente del escultor Benjamino Bufano, que realizaba encargos a gran escala para espacios públicos.
Ahí retomó sus dotes de escultor, uno que estaba practicando en su natal Ereván, aunque la perfección llegaría en California inspirado por la productividad de Bufano y su influencia, que le desarrolló un agudo sentido de la escala, color y disciplina.
Las enseñanzas y la apertura de sus sentidos lo llevaron a mudarse a Nueva York en 1974, donde se hizo amigo de Richard Sierra, quien lo ayudó a trabajar sus esculturas bajo el proceso de muralista y aplicando barras de aceite negra.
El oro, elemento clave en la obra de Zadik Zadikian
Mientras su arte se alzaba cada vez más en los terrenos del excesivismo, Zadki Zadikian empezó a manifestar e incluír su desprecio por el caos, la decadencia y la angustia en sus obras, dándole más tono, textura y color a sus obras, e incluyendo el elemento del oro, generando la identidad única que lo distingue hasta el día de hoy.
En 1976 definió su camino, optó por cubrir toda su casa y estudio, unos 10 mil pies cuadrados de paredes, piso y techo, con oro industrial, y entonces, eligió a este elemento como su material unificador. Como un alquimista, transmutó todo en este metal noble, desde antiguos relieves de piedra hasta figuras extraterrestres.
Zadikian recrea mundos más allá del reino del pensamiento cotidiano, bordeando el umbral de lo atemporal y lo eterno, creando unidades de eterna elegancia en las que nacen formas superiores que paradójicamente mezclan lo extravagante con lo más simple.
Ya establecido como hijo nativo de Los Ángeles, Zadikian pasa el tiempo abriéndose lentamente a nuevas ideas.
Escapó de un régimen opresivo para hacer realidad su libertad de expresión, y al abandonar los restos carbonizados de su país, encontró magia y majestuosidad en la transformación mística del oro a través del exceso.