La figura de la muerte en la tradición mexicana desprende un sinnúmero de afectos relacionados al orgullo, el misticismo, la dualidad y la nostalgia: un ritual de reconocimiento ante el dolor y el miedo.
Esta costumbre se sintetiza en La Catrina, la imagen que inmortalizó al ilustrador José Guadalupe Posada y está inspirada en el trabajo del maestro grabador Manuel Manilla, particularmente en la obra titulada Calavera Tapatía de 1890.
Originario de la Ciudad de México, Manuel Manilla (1830-1895) fue maestro y precursor de Posada en el taller de grabado de Antonio Vanegas Arroyo, y se le adjudica la implementación del uso del buril “de velo”, de varios hilos paralelos.
La incursión de Manuel Manilla al estudio de Vanegas se dio en 1882 y terminó en 1892; a partir de esa época realizó alrededor de 600 grabados, cuyas particularidades residían en la fusión armoniosa de historia, humor e ingenuidad.
Características con las que ilustraba los poemas y corridos que se imprimían en el taller y eran repartidos a través de volantes y hojas sueltas por la calle.
EL GRAN COMETA LUCHADOR
Terrible lluvia de fuego
El incendio de la luna,
El fin del mundo llegó,
El Juiciote Universal,
Ahora sí que la pitamos,
A morir, sin más ni más.
Corrido popular mexicano
El tono festivo de las imágenes de muerte que resaltan en la obra del artista lo convirtieron en el primer grabador que humanizó y caricaturizó a la muerte; intención que trascendió de manera directa en la obra de José Guadalupe, quien catapultó este discurso estético con sus litografías posteriores.
"Solamente el pintor que es del pueblo lo pinta en sí, como se retrata a un hermano; y logrando el parecido, sin saberlo, hace obra social”, describen Jean Charlot y Peter Morse en sus Escritos sobre arte mexicano.
A primera vista Manilla, Vanegas y otros creadores permanecen a la sombra del genio artístico de Posada, nacido el 2 de febrero de 1852 en Aguascalientes; sin embargo, su relevancia es mayor y más profunda de la que la documentación conserva.