La historia del artista Hermenegildo Bustos, quien nació el 13 de abril de 1832 y murió el 28 de junio de 1907, es fascinante como los más de 400 retratos que realizó a lo largo de su trayectoria profesional.
Resulta interesante (y triste) que el acervo del que es considerado como uno de los pintores más grandes del siglo XIX en México sea tan poco conocido, pues era tal la fidelidad que el pintor inyectaba a sus obras que incluso llegó a contar el número de cabellos de quien retrataba para que su imagen fuera perfecta.
José Hermenegildo de la Luz Bustos Hernández, mejor conocido como El pintor del Pueblo, fue un indio purisience que nació en Purísima del Rincón, Guanajuato, el cual sobresalió por realizar los mejores retratos de aquella época.
Fue alumno y ayudante de Juan Nepomuceno Herrera, otro destacado pintor que nació y vivió en Guanajuato.
Bustos realizó algunas obras religiosas y bastantes cuadros de naturaleza muerta, pero la parte más extensa e importante de su acervo se encuentra en sus retratos, ya que contaban con una fuerza sumamente especial.
Los retratos de Hermenegildo Bustos sobresalen debido a que parecen cobrar vida ante la mirada del espectador, lo que resulta verdaderamente asombroso.
Se le valora como extraordinario retratista debido a que sus dibujos son precisos, como pocos, y cuentan con un gran riqueza de detalles, próximo en ocasiones al arte de los miniaturistas.
Un dato curiosos de Bustos es que al reverso de sus cuadros describía a quien retrataba al consignar su altura y en algunas ocasiones hasta les ponía una dedicatoria, hábito que heredó de su padre José María Bustos, quien fue un campanero en una iglesia y de quien decidió continuar con el hábito de observar, anotar y trazar todo aquello que cautivara su atención.
Sobre su vida personal no se sabe mucho, pero resulta que a los 22 años se casó con Joaquina Ríos cuando esta penas tenía 15. Este matrimonio nunca tuvo hijos.
Bustos fue bastante enamoradizo, así que tuvo varias amantes y con una de ellas, María Santos Urquieta, uno o dos hijos.
Este artista, a diferencia del resto, trabajó como nevero, curandero, hortelano, prestamista, músico, hojalatero, maestro de obras y hasta carpintero. En verano él y su mujer hacían nieve de limón que él mismo vendía por todo el pueblo. También levantaba muros, reparaba techumbres y reconstruyó la capilla del Señor de las Tres Caídas.
Sobresalió en los trabajos de carpintería y fabricó mesas, camas, sillas, alacenas y, sobre todo, ataúdes, entre ellos el de su mujer y el suyo, los cuales guardó hasta su muerte en su pequeño taller.
Hermenegildo fue un hombre que, sobre todos las cosas, gustaba de pintar, lo que realizó con gran maestría y justo por eso el día de hoy lo recordamos como el mejor retratista del siglo XIX.