De la religión a la mitología clásica, las obras del gran representante del renacimiento florentino del Quattrocento, Sandro Botticelli, parece que dieron un salto en el tiempo.
Y aunque historiadores aseguran que la mayoría de los detalles de su vida temprana se desconocen y una gran cantidad de su trabajo se perdió o no cuenta con su firma, existen algunas curiosidades de sus años productivos que podrían empatar a la fascinación por sus pinturas.
Por ejemplo, se cree que creció en un barrio pobre de Florencia, Italia, y que fue uno de cuatro hermanos en una familia que no se apellidaba "Botticelli", ya que este apellido que portaba Sandro nació como apodo gracias a uno de sus hermanos, porque significa "barril pequeño" en italiano.
Recién rebasados sus 15 años, alrededor de 1460, Sandro Botticelli se volvió aprendiz del artista Fra Filippo Lippi, consiguiendo rápidamente en su natal Florencia una reputación de pintor y joven conservador pero con gran talento, lo que le consiguió muchos encargos por parte de la poderosa familia Medici, una de las más adineradas de la época.
Ahí, el joven Sandro recibió una sólida educación en el estilo florentino de pintura sobre tabla, frescos y dibujo que perfeccionó con el paso de los años.
En 1472 su talento lo hizo parte de un grupo de pintores florentinos conocido como Compagnia di San Luca y su talento empezó a ser también comisionado por la iglesia, lo que lo llevó a la creación de algunos de sus títulos más importantes en materia religiosa, como por ejemplo, Adoración de los magos, de 1476 pintada para la capilla Santa Maria Novella, que contiene a algunos miembros de la familia Medici y al mismo Botticelli, convirtiéndose en su único autorretrato conocido.
Estos trabajos que causaron fascinación en Florencia y el resto de Italia llamaron la atención de la también influyente familia Vespucci, conocida por su descendiente, el explorador Americo Vespucio, que le encargó a Sandro un fresco de San Agustín en su estudio, que data aproximadamente de 1480, convirtiéndose en el único fresco del artista que aún se conserva. Se encuentra en la iglesia de Ognissanti en Florencia.
En 1481, debido a la creciente popularidad local, Botticelli fue elegido junto a otros artistas florentinos por el Papa Sixto IV para crear frescos que decoraran las paredes de su nueva Capilla Sixtina en Roma. Dicha encomienda lo llevó a establecerse en la capital italiana.
Sandro Botticelli ante las puertas de la eternidad
Tras un año en Roma, cuando pudo finalizar el encargo del Papa, gozando de una gran aceptación local pero padeciendo problemas económicos, Sandro regresó a Florencia donde permaneció hasta el final de su vida.
Durante este periodo de su carrera donde volvió a casa, Botticelli creó dos de sus pinturas más famosas, Primavera (1482) y El nacimiento de Venus (1485), ambas presentes al dia de hoy en el museo de la Galería de los Uffizi en Florencia, y que se destacan por ser representaciones de escenas de la mitología clásica en una escala masiva, algo que chocaba con su anterior vocación de pintar retratos y figuras religiosas.
El Nacimiento de Venus: Fuente: Gallerie degli Uffizi.
De acuerdo con algunos historiadores, la importancia de Primavera recae en ser una de las primeras obras diseñadas para hacer de la contemplación del arte un acto de placer.
En cuanto a El nacimiento de Venus, un desnudo femenino casi de tamaño natural muestra a Venus, la diosa del amor, navegando hacia la costa en una concha gigante mientras Zephyr, el dios del viento del oeste, la lleva a tierra ante la espera de algunas para envolverla con una capa.
Aproximadamente en 1497, Botticelli, ya rebasando los 50 años, alquiló una pequeña casa con una granja en el campo a las afueras de su ciudad natal, donde vivió con su hermano Simone. Ninguno de los dos se casaron.
A la par de estos años, la familia Medici, que seguía comisionando obras del italiano, perdió gran parte de su poder en Florencia, y ante el fervor religioso que tomó lugar y persiguió a las familias adineradas de Italia, las obras de Sandro podrían haberse perdido entre las revueltas, por lo que también es difícil determinar cuántas culminó el perfeccionista de los frescos.
Llegando a 1500 y en los años posteriores, tras su amistad con Girolamo Savonarola, un controvertido predicador de la época, la obra de Botticelli tomó un tono más sombrío, volviendo también al contenido específicamente religioso, un ejemplo de esto es la pintura Crucifixión mística de 1501, una emocionalmente intensa.
Los últimos años de la vida de Botticelli fueron un misterio, pero se confirmó su muerte el 17 de mayo de 1510, una que le llegó en medio de la pobreza y la soledad.
Sandro Botticelli fue enterrado en la capilla de la familia Vespucci en la iglesia de Ognissanti, en Florencia.
Retrato de joven, 1482-1485. Fuente: Gallerie degli Uffizi.
El legado
Aunque fue alabado y aclamado en vida, tanto la obra como el creador fueron en gran parte olvidados durante casi 300 años.
No fue hasta que su pintura fue redescubierta progresivamente en el siglo XIX que Sandro Botticelli cobró su valía como uno de los talentos más importantes de su generación.
Su pincel contribuyó con tres de las catorce escenas que actualmente describen eventos en la vida de Jesucristo y Moisés.
En las dos primeras décadas del siglo XX, se publicaron más libros sobre Botticelli que sobre cualquier otro artista.
Descrito por su historidador, Giorgio Vasari, como un hombre un tanto atormentado e inseguro, es el encargado de varios de los retratos de papas que se difunden al día de hoy.
A pesar de las cambiantes y sufridas facetas que tuvo a lo largo de su vida, Sandro nunca perdió su visión por la belleza, que defendía como la única idea inmortal que puede atrapar un pintor mortal.