En 1911, el robo de la obra más emblemática de Da Vinci, la Mona Lisa, dio la vuelta al mundo, pero también la noticia de que Picasso era un presunto culpable de dicho incidente dio de qué hablar.
En aquella época, la seguridad del Museo del Louvre contaba únicamente con 150 guardias para cuidar 250 mil piezas que, además, no estaban aseguradas a la pared.
Fue así como el 21 de agosto de 1911, con el museo cerrado, una persona sustrajo el cuadro de La Gioconda y encendió las alertas a nivel local e internacional.
Picasso se había instalado en París desde 1904 y su círculo cercano estaba conformado por el poeta Guillaume Apollinaire y su secretario, Honore-Joseph Gery Pieret, hombre de pocos escrúpulos y con antecedentes de robo, motivos que llevaron al pintor española estar en el radar de la Policía.
Años atrás, Pieret había robado un par de esculturas ibéricas del siglo 4AC y se las había vendido al pintor malagueño, además, meses previos al robo de La Gioconda también había hurtado otra pieza.
Dichos antecedentes fueron motivo suficiente para que la Policía indagara con los más cercanos de Pieret para dar con el culpable del robo de La Gioconda.
Tanto Picasso como Apollinaire fueron investigados por la Policía sin que pudieran ser declarados culpables debido a que no había verdaderas pruebas.
Dos años tuvieron que pasar para que La Gioconda regresara al Louvre luego que Vincenzo Peruggia, ex empleado del Louvre y verdadero culpable del robo, fuera detenido.
Vestido como trabajador de mantenimiento del museo, Vincenzo descolgó el cuadro, lo separó del marco y salió con la pintura oculta bajo su ropa.
Deseperado de tener la pieza escondida durante tanto tiempo, Peruggia acudió a la Galleria degli Uffizi con la idea de venderle el cuadro a su director, quien al percatarse de que se trataba de La Gioconda, avisó de inmediato a las autoridades.
Pero, ¿qué buscaba este hombre al robar dicha pieza? Aparentemente, Peruggia estaba convencido de que la Mona Lisa había sido robada por Napoleón, por lo que buscaba regresar la obra a su lugar “legítimo” en Italia, país en el que fue pintada.
Lo cierto es que la pieza fue llevada por el propio Da Vinci a Francia en 1516 cuando el rey Francisco I se convirtió en su mecenas.